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Pedro Antonio de Alarcón

"El amigo de la muerte"

IV: Lo cierto por lo dudoso

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El amigo de la muerte

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IV

Lo cierto por lo dudoso

Eran las diez de la mañana del 30 de agosto de 1724 cuando Gil Gil, perfectamente aleccionado por aquella potestad negativa, penetraba en el palacio de San Ildefonso y pedía audiencia a Felipe V.

Recordemos al lector la situación de este monarca en el día y hora que acabamos de citar.

El primer Borbón de España, nieto de Luis XIV de Francia, aceptó el trono español cuando no podía soñar con sentarse en el trono francés. Pero fueron muriendo otros príncipes, tíos y primos suyos, que le separaban del solio de su tierra nativa y, entonces, a fin de habilitarse para ocuparlo, si moría también su sobrino Luis XV (que estaba muy enfermo y sólo contaba catorce años de edad), abdicó la corona de Castilla en su hijo Luis I y se retiró a San Ildefonso.

En tal situación, no sólo mejoró algo de salud Luis XV, sino que Luis I cayó en cama gravísimamente atacado de viruelas ¡hasta el extremo de temerse ya por su vida!... Diez correos, escalonados entre La Granja y Madrid, llevaban cada hora a Felipe noticias del estado de su hijo, y el padre ambicioso, excitado además por su célebre segunda esposa Isabel Farnesio (mucho más ambiciosa que él), no sabía qué partido tomar en tan inesperado y grave conflicto.

¿Iba a vacar el trono de España antes que el de Francia? ¿Debía manifestar su intención de reinar de nuevo en Madrid, disponiéndose a recoger la herencia de su hijo?

Tal era la circunstancia en que nuestro amigo Gil Gil se anunciaba al meditabundo Felipe, diciéndose portador de importantísimas noticias.

-¿Qué me quieres? -preguntó el Rey sin mirarlo cuando lo sintió dentro de la cámara.-¿Qué me quieres?

-Señor, yo soy médico... -respondió el joven tranquilamente-, y tengo tal fe en mi ciencia que me atrevo a decir a vuestra majestad el día, la hora y el instante en que ha de morir Luis I.

Felipe V miró con más atención a aquel niño cubierto de harapos, cuyo rostro tenía tanto de hermoso como de sobrenatural.

-¿Quién diablos eres, cara de búho?

-¡Soy el Amigo de la Muerte! -respondió nuestro joven sin pestañear.

-Muy señora mía y de todos los pecadores... -dijo el Rey con aire de broma a fin de disfrazar su pueril espanto-. ¿Y qué decías de nuestro hijo?

-Digo, señor -exclamó Gil Gil dando un paso hacia el Rey, quien retrocedió a su pesar-, que vengo a traeros una corona...; no os diré si la de España o la de Francia, pues éste es el secreto que habéis de pagarme. Digo que estamos perdiendo un tiempo precioso, y que, por consiguiente, necesito hablaros pronto y claro. Oídme, por tanto, con atención. Luis I está agonizando... Su enfermedad es, sin embargo, de las que tienen cura... Vuestra majestad es el perro de la fábula...Teníais en la cabeza la corona de España: os bajasteis para coger la de Francia; se os cayó la vuestra sobre la cuna de vuestro hijo; Luis XV se ciñó la suya, y vos os quedasteis sin la una y sin la otra....

-¡Habla..., habla! -dijo Felipe con ansiedad-. ¡Habla! ¡De todos modos has de ir de aquí a una mazmorra, donde sólo te oigan las paredes!...

El ex zapatero sonrió con desdén.

-¡Cárcel! ¡Horca!... -exclamó-. ¡He aquí todo lo que los reyes sabéis! Pero yo no me asusto. Escuchadme otro poco, que voy a concluir. Yo, señor, necesito ser médico de cámara, obtener un título de duque y ganar hoy mismo treinta mil pesos... ¿Se ríe vuestra majestad? ¡Pues los necesito tanto como vuestra majestad saber si Luis I morirá de las viruelas!

-¿Y qué? ¿Lo sabes tú? -preguntó el Rey en voz baja, sin poder sobreponerse al terror que le causaba aquel muchacho.

-Puedo saberlo esta noche.

-¿Cómo?

-Ya os he dicho que soy amigo de la muerte.

-¿Y qué es eso? ¡Explícamelo!

-Eso... ¡Yo mismo lo ignoro! Llevadme al palacio de Madrid. Hacedme ver al Rey reinante, y yo os diré la sentencia que el Eterno haya escrito sobre su frente.

-¿Y si te equivocas? -dijo el de Anjou acercándose más a Gil Gil.

-¡Me ahorcáis!..., para lo cual me retendréis preso todo el tiempo que os plazca.

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