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José Zorrilla

"La leyenda de Don Juan Tenorio"

XI

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Música: Mendelssohn - Lied ohne Worte Op.62 No.1 (Andante espressivo)
 
La leyenda de Don Juan Tenorio
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Corre el tiempo, crece el día,
y el palacio en honda calma,
mudo cual cuerpo sin alma,
parece tumba vacía.
   Mansión del duelo, en el hueco
de su cavidad, desierta
al parecer, no despierta
ningún son vital un eco.
   No atraviesa humana huella
por corredor ni aposento;
no se siente el movimiento
ni el ruido menor en ella.
   Duerme don César: reposa
don Diego, mozo y cansado,
con ese sueño pesado
de la juventud dichosa.
   Duermen en sus dos sillones
los dos Tenorios: abierta
no tiene aún Beatriz su puerta:
y de las habitaciones
   de sus dueños respectivos
los servidores aguardan
las órdenes que retardan
bien dolorosos motivos:
   y aguardan con el respeto
de servidumbre que sabe
de su pesadumbre grave
el doloroso secreto.
   A más, tiempo ha que el ambiente
de aquel alcázar exhala
efluvios de un aura mala
que aspira ya mal su gente.
   La de doña Beatriz
sobre todo se apercibe
de lo expuesta que en él vive
con ella al menor desliz.
   Todo en resumen augura
y todos ven que en tal casa
ahonda cada hora que pasa
un volcán de desventura.
   Ya iba de más transcurrido
del día el cuarto, y lucía
ese sol de Andalucía
que del placer la hace nido;
   cuando en son imperatorio
un aldabazo potente
volvió a la vida a la gente
de la casa de Tenorio.
   Era, con toga y golilla,
un oidor vara en mano,
seguido de un escribano
de la Audiencia de Sevilla,
   que a dar de oficio venía
a Beatriz conocimiento
y copia del testamento
que el juez de Sicilia envía.
   Nadie rehusar osó
paso a tal autoridad
que con calma y gravedad
el vestíbulo cruzó.
   Tomó la escalera: al piso
principal llegó: y, alerta
sin duda, franqueó su puerta
ante él Beatriz sin aviso.
   Cumplió el juez con su deber
con breve formalidad,
y de la dama en poder
el pliego tras de poner,
   y otro con celeridad
de ella tras de recoger,
con la misma gravedad
volvió al patio a descender
y fuese, sin promover
rumor ni incomodidad
que no fueran menester.
   Y fue asunto de momentos:
el juez había ya partido
y no habían aún podido
salir de sus aposentos
don Diego y Antún que al ruido
habían tarde acudido,
absortos y soñolientos,
a saber lo acontecido.

   Cuando don Guillén entró
a don César a decir
que acababa de venir
el juez y a qué, se quedó
   mudo don César y absorto
de que hubiera la justicia
de Sicilia tal noticia
enviado en tiempo tan corto.
    Conque en el que él empleó
cómo fuese en discurrir
túvole el juez de cumplir
su cometido, y partió.

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