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José Zorrilla

"La leyenda de Don Juan Tenorio"

III

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Música: Mendelssohn - Lied ohne Worte Op.62 No.1 (Andante espressivo)
 
La leyenda de Don Juan Tenorio
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En tiempos, pues, de aquel rey
en que andaba en triunfo el vicio
y andaban sin ejercicio
la moral, la fe y la ley;
   mientras lejos de Sevilla
el arzobispo Fonseca
corría de ceca en meca
dando guerra por Castilla:
   mientras haciendo en la Vieja
de reyes muy mal papel
Don Enrique e Isabel
y Alfonso y la Beltraneja,
   hacían los grandes bando,
sin ver más que a su interés,
por Juana o el portugués,
por Enrique o por Fernando:
   mientras con muy buen deseo
el papa Paulo segundo
ofrecía a todo el mundo
perdón en un jubileo
   que en Segovia se ganaba,
y que iban con fe a ganar
(creyendo que con rezar
todo pecado se lava)
   el buen marqués de Villena,
los prelados guerrilleros,
sus soldados bandoleros,
por ende sin culpa y pena:
   mientras la tierra andaluza
traen hecha una Babilonia
el de Medina Sidonia,
a quien la ambición azuza,
   y el de Arcos, a quien anima
una altivez casi real
que a nadie sufre al igual
y mucho menos encima:
   mientras corre en fin aquel
tiempo de mengua y baldón
del que sacó a la nación,
andando el tiempo, Isabel,
   va el autor a darse traza
de abrir paso a esta conseja
de aquella Sevilla vieja
una noche en una plaza.

   Es víspera de San Juan
y fiesta por consiguiente:
bulle en la plaza la gente,
vienen unos y otros van,
   mas con grande esfuerzo y pena
porque se pisan y empujan
y se prensan y se estrujan,
y a esto llaman la verbena.
   Hay clamoreo y vaivén,
broma, algazara y chacota,
y aloque bocón se agota
con las frutas de sartén.
   Sombrajos y puestos muchos
hay de alajú y alegrías,
tabernas, alojerías,
tenderetes y aguaduchos.
   Hay grajeas y almendradas,
bizcotelas, bollos, roscas
y toda clase de toscas
e indigestas empanadas.
   Datileros africanos,
serios entre tanta broma;
frutas de subido aroma,
cacahuetes valencianos,
   y en fin, lo más andaluz,
lo esta noche más buscado
y lo mejor alumbrado
de las teas con la luz,
   las descocadas, parleras
y gritadoras gitanas
que hacen abrir bolsa y ganas
en torno de sus calderas.
   Buñuelos venden, que es pasta
correosa e indigesta:
mas sin buñuelos no hay fiesta...
y de tal materia basta,
   aunque es comida de gresca
y suele hacerse en Sevilla
por alguna gitanilla
fresca, alegre y picaresca:
   conque, aunque el buñuelo es cosa
que mal sabe y no bien huele,
ser la buñolera suele
cosa muy jacarandosa.
   Al resplandor de sus teas
y a la luz de sus candiles,
no hay más que mozos gentiles
y no se ven mozas feas:
   y entre el vulgo se asegura
que, siendo brujas de casta,
al que de su pasta gasta
le atraen la buena ventura.
   El hecho es que la verbena
es una noche de broma
en que la gente se toma
en junio una noche buena.
   La multitud embaraza
la plaza para ella angosta,
pues todos a toda costa
han de meterse en la plaza;
   y sobre ello, con porfía
empujándose, adelantan,
y hasta en vilo se levantan
reventando de alegría.
   Cuantos moradores tiene
la ciudad en su circuito,
más el número infinito
de los que de fuera vienen,
   allí la ilusión haciéndose
de que gozan y pasean,
se pisan y se codean
desgarrándose y cociéndose:
   en momentánea igualdad,
codazos cruzando y frases,
mezcladas todas las clases
que forman la sociedad:
   y ojeadas cruzan y citas
rateros, dueñas y amantes,
y oyen chuleos galantes
las feas y las bonitas:
   y en honra de aquel San Juan
descabezado en Salén,
andan juntos sin desdén,
todos como hijos de Adán,
   la dama honrada y erguida,
y la moza de partido,
y el juez aún no corrompido
y el vago de mala vida:
   señorías y pelgares,
canónigos y donceles,
hidalgos de seis cuarteles,
parias sin raza ni hogares,
   soldados y capitanes
por el rey jefes de huestes,
petardistas y arciprestes,
infanzones y rufianes:
   mercaderes africanos,
mozárabes y judíos;
encapuchados sombríos,
dervichs y monjes cristianos:
   buhoneros ambulantes,
comerciantes levantillos,
juglaresas, peregrinos,
frailes legos mendicantes,
   gitanos saludadores,
genoveses marineros,
holgazanes pordioseros,
zahorís ensalmadores:
   y en movible confusión
que marea y ensordece,
toda Sevilla parece
que ha perdido la razón.
   Fiesta de origen pagano
que en las más cultas naciones
conserva supersticiones
indignas del buen cristiano.
   Residuos del paganismo
que, no pudiendo extirpar,
los tuvo que transformar
y adoptar el cristianismo.
   Pueblos que ritos impuros
ejercitaban, creían
que en tal noche se cogían
las hierbas de los conjuros.
   Superstición heredada,
todo pueblo hasta hoy conserva
la de coger una hierba
ya maldita, ya sagrada.
   Cuál fuese mala, cuál buena,
ninguno de fijo supo:
a nuestros abuelos cupo
el trébol y la verbena.
   Hoy en España cogemos
solamente la ocasión
de añadir una función
a las mil que ya tenemos.
   Nuestro vulgo que aún da fe
a presagios y conjuros,
aunque no estamos seguros
de que sepa lo que cree,
   de la noche de San Juan
mientras arden las hogueras,
cree que brujas y hechiceras
con el diablo a bailar van.
   Con uno de los tizones
de estas hogueras, de daño
y mal para todo el año
se creen libres los bretones.
   Los de Alemania están ciertos
que a la hoguera de su hogar
se vienen a calentar
las ánimas de sus muertos.
   No hay, en fin, una nación
que en la noche de San Juan
no se entregue a algún desmán
por cualquier superstición.
   Las de Roma son tremendas:
el degollado Bautista
tiene a su cargo una lista
formidable de leyendas;
   y es incomprensible cosa
que, siendo aquella ciudad
cátedra de la verdad,
es la más supersticiosa.
   Las nuestras son inocentes
cuentos de chicos menores
de edad y de ignaras gentes:
las más son sueños de amores.
   Diz que moza que en su casa
y de esta noche a las doce
rompe un huevo, en él conoce
si en aquel año se casa.
   Mas la verbena de hoy día,
por más que a San Juan invoque,
no encaja por más emboque
que el de una nocturna orgía.
   Fiesta, en fin, nuestra y católica:
de un santo en nombre, la gente
va a la fiesta solamente
por la bulla y la bucólica.
   ¡Y en el cielo está el buen santo,
por su efigie en el altar,
obligado a autorizar
zambra tal y vicio tanto!
   Y a los santos de Dios vi
loar siempre así, y antaño
era lo mismo que hogaño,
y aun por siglos será así.

   A cada cual satisface
lo que cree según lo cree:
y diz que a Dios le complace
y que juzga de lo que hace
cada cual según su fe:
si hay quien lo sepa no sé,
discutirlo no me place,
cuando muera lo sabré.
   Mientras viva, con fe entera
sostendré contra cualquiera
que la fe jamás abona
la zambra, la comilona,
el vicio y la borrachera.
   Y aunque pasar las he visto
hasta en Roma por cristianas,
no me retracto e insisto
en que son fiestas paganas
en contradicción con Cristo.

 

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