He descubierto un camino
tan tortuoso como estrecho,
que obstruyen yerbas en mayo
y hojas secas en invierno.
Conduce al lugar querido
do está un sepulcro modesto,
y así lo anuncian dos sauces
que a su entrada mece el viento.
A través de un bosquecillo
suelen mirarse de lejos
la losa de mármol blanco,
la cruz de tosco madero.
¡Cuántos al pasar se paran
en estos tristes senderos,
y acongojados suspiran
el epitafio leyendo!
Y eso que ya con las lluvias
va borrándose el letrero,
y es preciso ser curioso
para poder comprenderlo!
Muchas veces se conoce
que algunos aquí estuvieron,
por las huellas que se advierten
sobre el húmedo terreno.
Y también así lo indican
las que por la tarde encuentro
margaritas inodoras,
pálidas flores de muerto.
Visitante de estos sitios
meditando a solas vengo,
y evoco la santa sombra
de mi amada de otros tiempos.
Sus dulces protestas oigo,
sus ojos azules veo,
y en el delirio de un baile
entre mis brazos la siento.
Me parece contemplarla,
y agradecido recuerdo
que fue mi primera amiga
cuando vi sol extranjero!
Nueva-York, 1854. |