Mirando estábamos juntos
en ilusión agradable,
cómo cruzaban las nubes
por el cielo de la tarde.
Te engañabas a ti misma
pensando tal vez amarme,
y yo estudiaba dudoso
la expresión de tu semblante.
¡Ah! tú eras pura, muy pura,
santa en aquellos instantes,
flor que comienza a entreabrirse,
eras virgen, eras ángel!
Yo hubiera dado la vida
por confiar, mi dulce amante,
en tus gratos juramentos
y tus besos inefables;
pero yo sé que el olvido
con voz de amargos pesares,
en reloj de desengaños
cuenta al amor los instantes.
Yo sé que cuando partimos
a alguna tierra distante,
lloran aquellos que amamos
y se consuelan más tarde.
Sé que al borde de las tumbas
se siembran lirios fragantes,
pero después de marchitos
¿quién siembra otros lirios? ¡nadie!
Tu suspiro enamorado
salió del labio abrasante
como buscando algún eco
y algún alma en qué hospedarse.
Te estreché la mano y... luego
partí sin poder hablarte,
y fui con mis desengaños
a sufrir a otros lugares...
¡Ah! bendecidas mis dudas,
pues tus amores fugaces,
pasaron como las nubes
por el cielo de la tarde!
1850 |