¡Oh! si tú hubieras nacido
en una tierra que existe
lejos, lejos de aquí,
entonces hubieras sabido
por qué estoy siempre triste,
¡ay de mí! ¡ay de mí!
En vano busco consuelo
y bálsamo a mis enojos
cerca, cerca de ti,
porque me hace falta un cielo
aún más azul que tus ojos...
¡Ay de mí! ¡ay de mí!
En mis continuas congojas
no adivinas, dueño mío,
¡cuánto, cuánto sufrí!
viendo esas plantas sin hojas
y ese sol pálido y frío,
¡ay de mí! ¡ay de mí!
De tu corazón llagado
haz que un canto al éter suba,
y expire, expire allí,
y en tu pecho reclinado
déjame llorar por Cuba!
¡ay de mí! ¡ay de mí!
1852 |