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Richard Volkmann

"Historia triste de siete besos"

Biografía de Richard Volkmann en Wikipedia

 
 
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Música: Godowsky - Triakontameron - 18: Anachronisms
 
Historia triste de siete besos
 

Me parece que fue hace algunos años, cuando un día llamó Dios al arcángel Gabriel y le dijo: Abre una de las ventanas del cielo, levanta la cortina y mira hacia abajo; estoy oyendo llorar de un modo inusitado.

Gabriel obedeció, y con la mano sobre los ojos, de visera, porque los rayos del sol le deslumbraban, miró por todo el mundo, y al rato:

- Veo una pradera, dijo, y de una parte está Bartolica guardando gansos y de otra, Cristobalillo, guardando puercos, y los dos lloran de tal suerte que ablandarían piedras.

- Deja que me entere yo mismo, dijo el bueno del Dios Padre. Y cuando hubo mirado vió que era cierto lo que Gabriel había dicho.

Y entonces averiguó por qué lloraban Bartolica y Cristobalillo de aquella manera. Amábanse los dos con todas sus fuerzas y como el uno guardaba puercos y la otra gansos, no había grandes diferencias sociales que se opusieran a su inclinación. Estaban decididos a casarse, pensando con sencillez que bastaba para ello con quererse como se querían. Pero sus padres no pensaban lo mismo y tenían que contentarse por lo pronto con el noviazgo. Como es bueno que haya método en todo y el beso que es asunto importante entre dos novios, convinieron los dos en que siete besos por la mañana y siete por la tarde eran los suficiente para ir matando el tiempo de la espera. Por algún tiempo, todo marchaba sin entorpecimiento y (con propiedad pudiera decirse), a pedir de boca. Ningún día faltaron los catorce besos: siete para el desayuno, siete para la merienda; porque de comidas fuertes no había llegado el caso. Pero en la mañana del día que sucedió esta triste historia, justamente cuando solo faltaba el último beso de la serie, los gansos de Bartolica y los cochinos de Cristobalillo, armaron por cuestión de alimentos tan descomunal refriega que los dos enamorados tuvieron que dejarlo todo para poner orden a sus subordinados. Y cuando se hallaron, ya tranquilizadas las huestes, cada uno a un lado de la pradera y cayeron en la cuenta de que que habían perdido el séptimo beso, comenzaron a berrear tan estruendosamente que el mismo Dios no pudo por menos de alarmarse.

Primeramente pensó, que en la inmensidad del tiempo la pena de los pastorcillos sería una insignificancia; pero cuando advirtió que pasaban horas y horas y que los cerdos de Cristobalillo y los gansos de Bartolica, andaban también muy entristecidos por simpatía, y gruñían y graznaban desaforados, decidió sacarlos de penas y cualquiera que fuese su deseo satisfacerlo inmediatamente. Pero era el caso que los dos tenían el mismo pensamiento y que mirando cada uno tristemente hacia donde el otro se hallaba: ¡Quién estuviera donde están los cochinos! Pensaba Bartolica; y Cristobalillo: ¡Quién estuviera donde están los gansos! Y al cumplirse en el acto su deseo, volvieron a hallarse separados. —Sin duda que Cristobalillo ha ido a buscarme, pensaba Bartolica. —De seguro que Bartolica ha pasado a hacerme una visita, pensaba Cristobalillo, y volvían de nuevo a suspirar ¡Quién estuviera con los gansos! ¡Quién estuviera con los cerdos! Y de nuevo vieron cumplido al punto su deseo y de nuevo volvieron a hallarse separados, y sus llantos eran cada vez mayores por el séptimo beso perdido, hasta que al fin, llegada la noche, volvieron a su casa rendidos de llorar. Y como no estaba bien que Dios se desdijese de su palabra y en nada pudo remediarles, se prometió desde aquel día, no atender en lo sucesivo deseos de enamorados así lloraran cuanto quisieran.

 

Publicada en "La vida literaria" (Madrid) 7/1/1899

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