Oí sollozar, empujé y abrí la puerta. Cuatro niños lloraban; la madre había muerto. ¡Lúgubre espectáculo se ofreció a mis ojos! Sobre miserable cama yacía el cadiver desfigurado; aquella cama era ya una tumba, y aquella mujer era ya un fantasma. No había fuego en el cuarto; el agujereado techo dejaba salir las cañas. Los cuatro niños parecían cuatro ancianos. Como el alba al través de la niebla, se veía vagar por los labios de la muerta siniestra sonrisa, y el niño mayor, que sólo tenía seis años, parecía decirme : «¡Mirad qué desgracia nos acaba de suceder!»
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En aquel cuarto se había cometido un crimen; voy a referiros lo acontecido. La mujer cuando nace es cándida, inteligente y buena; Dios, que la, sigue con la mirada desde las alturas, la creó para que fuera dichosa. Aquella mujer, que nació pobre, se casó con un obrero; marido y mujer vivían unidos en santa paz, y así se deslizaban sus días, hasta que el cólera atacó y mató al pobre obrero, dejando a la viuda en la miseria y con cuatro hijos. Entonces ella se puso a trabajar como un hombre; trabajó activamente y haciendo todas las economías posibles, pasando las noches en vela para proporcinar alimento a sus hijos y viviendo en la más extrema pobreza, pero siendo siempre honrada. Un día entró en casa y se quedó muerta de hambre.
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Entretanto los pájaros cantaban en los árboles, los pesados martillos sonaban en los yunques al resplandor de las fraguas, las máscaras bullían en los bailes, los enamorados hablábanse en voz baja en los salones; todo vivía en el mundo: los comerciantes contaban la ganancia del día; en las calles se oía el ruido de la multitud y el estrépito de los coches que corrían, y mientras susurraba por todas partes la alegría y en todas partes resplandecía la luz, aquella miserable mujer estaba sola en su medio derruído desván, cuando el hambre, esa Goula azorada, flaca y feroz, entrando como un bandido en el desmantelado aposento, le apretó la garganta con sus garras y la mató.
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El hambre es la que da miradas cínicas a la ramera; es el bastón de hierro del bandido; es la mano del niño pálido que se alarga para robar un pan; es el estertor de la agonía que arroja al náufrago de la vido en miserable lecho. ¡Dios mío! ¡Con abundante savia la tierra produce hierbas, frutos y trigos; cuando el árbol acaba de dar su cosecha, empieza a producir el surco, y mientras que por tu clemencia todo vive, mientras la mosca conoce las bojas del sauce, mientras el estanque da de beber al pajarillo, mientras los cadáveres sirven de pasto a los buitres, mientras que la naturaleza en sus profundidades silvestres da de comer al chacal, a la onza y al basilisco, el hombre perece! El hambre es el crimen público; es el tremendo asesino que sale de nuestras tinieblas.
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¡Dios mío! ¿Por qué el huerfanito, envuelto en fúnebres mantillas, dice «tengo hambre»? ¿Es el niño inferior al pájaro? ¿Por qué no encuentra la cuna lo que no falta al nido?
Abril de 1840.
Fuente: Los Castigos y las Contemplaciones |