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Marcos Concha Valencia

"La tesis del vedeto"

Marcos Concha Valencia

 
 
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Música: Chopin - Op.9 no.1, Nocturne in B-flat minor
 
La tesis del vedeto
 

En el casillero de la entrada de la pensión me esperaba la carta. Misteriosa, no tenía remitente. Instintivamente miré a mi alrededor y con un gesto furtivo la guardé en el bolsillo interior de mi chaqueta y subí a la intimidad de mi dormitorio.

Cerré las cortinas de la ventanuca que miraba al patio de luz, hice a un lado los libros de Macroeconomía, me tiré en la cama, cerré los ojos y comencé a recordar:

Había regresado de las vacaciones de semana santa en casa de mis viejos. La rutina universitaria se unía a un otoño frío casi invernal. 

-Lo han llamado varias veces por teléfono, no han querido dejar recado.-Me dijo la señora Chelita  con cara de interrogación, secándose las manos en su delantal. -Que usen su número de celular, no tengo tiempo para atender llamadas.

Como si la hubiesen escuchado, sonó el celular:

-¿Con Cristián Tournualles? Por fin te encontramos. Tenemos un trabajo para tí. Te esperamos en Tres Norte con Libertad a las siete de la tarde. Sí, hoy, por supuesto.-Era una amable voz de mujer madura.

La neblina melancólica formaba una bóveda en la frondosidad de los plátanos orientales de la Avenida. En la esquina la Claudia tomándome del brazo me dijo: –Hola Cristián, vamos, aquí cerca está la casa, podemos caminar. Te elegimos con pinzas cabrito, estamos seguras que aceptarás el trabajo. Tu pinta atlética con cara de artista de cine te hace irresistible. Verás que bien lo vas a pasar y todas las lucas que ganarás.

Más que intrigado entré a una de esas casas de dos pisos que había sido transformada en un restaurante pequeño. Pasamos por una puerta disimulada en el fondo y nos encontramos en un gran salón, con un bar en un costado, un pequeño escenario y unas veinte mesas preparadas para recibir alrededor de cien personas.

-Tenemos los lunes, miércoles y jueves femeninos de cinco a siete de la tarde; a pedido a cualquier hora, para despedidas de solteras y otros eventos. Bueno, en el escenario serás uno de los estriptiseros. Estás un poco pálido así que te enviaremos a broncearte al Salón de la Pepa. Aquí en los camarines el Marcelo te probará la ropa con que debes salir a escena y te entrenará en los bailes y contorsiones, sólo tienes que llegar una media hora antes. No te preocupes por tu identidad, puedes usar un antifaz. Setenta lucas por evento más propinas. Puedes comenzar el jueves.-La Claudia hablaba sin respiro sin dejar tiempo a responderle. 

La carne es débil y la sangre ardiente tira, así que ese jueves llegué muy temprano y Marcelo me enseñó mis primeros pasos de baile y contorsiones. A la hora señalada, escuché a Marcelo: -A escena querido.

Se abrieron las cortinas, me encandilaron los proyectores y una ovación llena de gritos, alaridos, risas, exclamaciones tales como mijito rico, llenó  el salón. Poco a poco fue calmando la audiencia y escuché la música que acompañaría mi estriptease. La chaqueta azul giró sobre mi cabeza antes de lanzarla por el aire al público frenético, ya ganaba confianza y me daba cuenta cuál de mis contorsiones provocaba mayor estrépito, la polera a rayas me la fui sacando lentamente para dar suspenso al desnudo de mis músculos, algunas flores llegaron hasta el escenario, comenzaron los gritos de “en pelo”, “en pelo”, mis pantalones cayeron elegantes al piso, mis movimientos de piernas, caderas y pubis trajeron más que gritos: alaridos de frenesí. Algunas parroquianas se acercaron al escenario y metían billetes de cinco, diez y veinte lucas en el borde de mi minúscula zunga atigrada que resaltaba mis atributos viriles. Terminó mi actuación con el paseo entre las mesas. Cientos de ojos recorrían con desparpajo mi cuerpo, algunas manos osadas me dieron un pellizcón, otras pedían mi teléfono, volví al escenario y con sonoro aplauso se cerraron las cortinas.

En el camarín el ramo de flores con tarjeta me hizo sentir lo que era: Un vedeto.

 La curiosidad puede más que los remilgos, leí la tarjeta donde aparecía escueto un número de celular. La puse en la billetera junto con las propinas; los remordimientos atenazaban mi conciencia en el trayecto a la pensión. El diablo de la izquierda me decía: Llama, el ángel de la derecha: Serás un puto.

Al día siguiente, saliendo de clases, sucumbí y llamé al número:

-Aló, sí, ¿con quién quiere hablar?- Contestó una voz sensual.

Antes de responder, reconocí la voz: era la profesora guía de mi tesis que rendiría la próxima primavera.

Dejé de recordar y abrí lentamente la carta:

“Querido Cristián,

¿Hasta cuándo te haces de rogar? Muchas clientas preguntan por ti y tu inolvidable actuación. Contesta el teléfono. Te tenemos una gran oferta.

Un beso, Claudia.

Tomé rápidamente los libros y continué haciendo mi tesis. 

©Marcos Patricio Concha Valencia

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