Esa mañana Martín, con desaliento, se echó al hombro la mísera bolsa de las cien palabras recolectadas durante el sueño de la noche. Eran palabras humildes, coloquiales, sin valor, como las piedras de la montaña. En su espalda sentía, la inquietud, la presión, el revuelo, los empujones, los gritos de ansiedad pugnando para escapar. Ellas rogaban: “Escritor padre nuestro, solas, revueltas, desordenadas, no somos nada: ¡Déjanos ser un cuento! Martín, cansado, encaminó sus pasos al mar. La brisa ya era viento, abrió la bolsa a las alturas, cien mariposas volaron, cien botes flotaron y escribieron “La bolsa de cien palabras”.
©Marcos Patricio Concha Valencia |