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Marcos Concha Valencia

"Emancipada por una noche"

Marcos Concha Valencia

 
 
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Música: Piazzozla - Sin rumbo
 
Emancipada por una noche
 

Nunca está cuando lo necesito. Es como el dinero, que afortunadamente siempre he tenido. No soportaría ser pobre. El dinero no hace la felicidad dijo el que nunca tuvo. Entraré al bar y pediré un martini muy seco. Es lo más rápido para llegar al nirvana. Cuando le digo: “lo de siempre”, el cantinero me pone la misma expresión de pena y sarcasmo. Veo mi cara de “a ti que te importa” en el espejo entre las botellas. El maquillaje se ha mantenido con los labios de rojo cereza madura, la base aún cubre ese sonrojo de sangre alborotada. Huelo con adoración el aroma del gin. Percibo el alcohol perfumado como un buen amigo. Bebo un sorbito en preludio del gran beso al amado. Me devuelve el beso con ardor. La aceituna nunca pensó que moriría ensartada y bañada en alcohol. ¿Tendría el alma en el cuesco? No tengo hambre. Nunca tengo hambre, por eso mi buena figura. El mesonero alquimista de elixires efímeros agita la botella con malabares y ritmos selváticos. Voy al baño, me suelto el sostén. En el cuarto trago siempre lo hago. En el pasado me habría soltado las trenzas. A ese cuarentón sentado frente a la barra no lo he visto antes. Me mira con esa sonrisa igual a todos los anteriores. Lo estimulo con una mueca de agrado. Se acerca y sentándose a mi lado me dice: ¿Te puedo ofrecer un trago? Dignidad es una palabra perdida en el tiempo. ¿Para qué rechazarlo? Me cuenta que se está separando o está en los primeros días de su separación. — Soy soltera, treinta y cinco años. Sus ojos asaltan mis piernas coquetas, juegan al mete y saca con el talón del zapato, imagina sexo desaforado, no tendrá tapujos piensa en su fantasía. Le gusta esto de que soy autosuficiente, gerente general de una empresa y no me gusta que me mantengan. Me dice, que es difícil encontrar una mujer inteligente y bonita como yo. No sabe cuantas veces me lo han dicho. Aún me gusta escuchar lo de inteligente. Cree que me puede engañar. Tenemos caminos diferentes: él, sexo; yo, continuar bebiendo. Invita otra ronda. Su lujuria terminará frustrada. Estaré semidormida y no reaccionaré a sus besos. Terminará viéndome en posición de vómito en vez de alguna del Kamasutra. Vuelo a sesenta mil pies de altura. La tierra y sus problemas quedaron abajo. Algunos mortales se ven pequeñitos en el bullicioso bar. ¿Cómo dijo que se llamaba? Se desdobla en un aura. Me provoca carcajadas. Cree que se debe a la anécdota que acaba de contar. El bar se balancea al ritmo de un temblor lento y cadencioso. Decido irme. Le digo que no es posible, lo haremos una de estas noches. El aire enfría mi cara, la calle ondula con crestas y senos. Equilibrándome como en el circo, me saco los zapatos. Si bebe no maneje. Si maneja no beba. No saben que mi auto es como un caballo de fundo, me lleva. Me río con estridencia. Algunos transeúntes se dan vuelta a mirarme. ¡Tan pequeñas que hacen las cerraduras!, rezongo. Abro la guantera, la botellita de whisky está casi llena. Llegan las voces de ultratumba. Comienza la discusión acostumbrada. Egoísta: preferiste una carrera profesional, ahora estás sola. Nunca te gustaron los niños. Los pañales te producían asco. Mirabas con pena a tus amigas corriendo entre la cocina, el lavado y los niños al colegio. Mientras tú tenías tiempo para el maquillaje, el pelo, la gimnasia, los espectáculos y la bohemia. Lo disfruto, aún lo disfruto, balbuceo. No necesitas del hombre para ser protegida. Tienes todos los hombres que deseas. En la variedad está el gusto. Vive tu libertad. Váyanse déjenme sola. Los odio. Sólo el dinero hace la felicidad. Lo más bonito es tener una familia como la que yo tuve. Pero fuiste infeliz. Lo perdiste igual. Lo abandonaste por la familia. Es una paradoja. Tapo mis orejas cierro los ojos, no quiero ver, no quiero escuchar. El nochero abre la reja, me saluda con tono de colega. Le sonrío como una cómplice sorprendida en delito flagrante. No quiero acostarme y apagar la luz. Tengo miedo. Volverán los fantasmas con sus voces. Ahí van de nuevo las cucarachas, arañas y escarabajos a la batalla campal sobre las sábanas blancas. Son multitudes. Lloro. Tengo convulsiones. Grito aterrorizada. El cielo raso, las ventanas, dan vueltas como un tiovivo fuera de su eje. Me arrastro al baño. Entro en modorra. Semisueño entre la vida y la muerte. Cierro los ojos apretados como para recibir un golpe. Todo se va alejando y apagando; por fin la inconsciencia se apodera de mi cuerpo...Un rayo de sol molesta mis ojos que buscan la oscuridad. No quiero abrirlos. La cabeza me pesa como un bloque de piedra. La boca está seca. Estoy arropada con el manto aquél. Llevé los niños al colegio, dice Rafael. Llamé a la clínica. El médico nos espera a las dos. Esta vez resultará el tratamiento. Lo miro con ternura. No entiendo por qué me ama. Yo también lo amo. Siempre habrá otra vez…

©Marcos Patricio Concha Valencia

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