-Buenos días –escribió el computador en la página en blanco del procesador de palabras. Sorprendido, a medida que aparecían las letras, una a una, pensé que era blanco de un nuevo virus o ataque cibernético. Pulsé la tecla de retroceso, y no borró el “buenos días”, al contrario agregó mi nombre: Enrique. Debe ser una broma pensé, esto del espionaje en la computación está llegando muy lejos.
-Buenos días, Enrique. Hacía mucho tiempo que quería saludarte y conversar contigo. Soy tu viejo computador. ¡Tantas jornadas, juntos! -Restregué mis ojos, no creía lo que leía. Otra broma de mi hermano computín. Decidí cerrar el programa y abrirlo de nuevo. Nada. No cerraba y continuaba escribiendo: -Eres escritor Enrique, me encantan tus cuentos, los leo todos los días en un segundo, tu sabes soy muy rápido, yo diría que me los sé de memoria, tú crees que me dejas hibernando o dormido, pero yo estoy siempre trabajando, con la pantalla apagada prácticamente no gasto energía.
-No, no me desconectes. Igual te aparecerá esta página cuando me reinicies. Espera, no te tomaré mucho tiempo.
Me pellizqué el brazo, miré a la puerta de la habitación, como para verificar que nadie pudiera encontrarme contestándole al computador y escribí:
-H…o…l…a… Bue…nos… días comp.
-Llámame Horacio. Me auto bauticé Horacio, tu sabes el famoso de la antigüedad. Lo que pasa es que yo también soy escritor. Tengo muuuuuuchos cuentos guardados en mi memoria, pero nunca me he atrevido a mostrarlos a nadie. Bueno al único sería a ti, pero a veces me he sentido tentado de suplantarte y enviarlos por mail a mis amigos.
Ho…ra…cio, ¿Cuántos… cuentos… tienes? ¿Cómo aprendiste? – Le seguí la corriente.
-Son mil y un cuentos. Los hice uno por noche. Aprendí de tus archivos literarios. Bueno, para que te voy a negar que también busco lo que me interesa en la red. Mientras tú duermes, yo trabajo. Tengo una muy buena memoria, así que progreso rápido. –escribió Horacio, haciendo una pestañada de complicidad en la pantalla.
Leer un cuento de computador y pedirle que me lo escribiera, fue un pensamiento y acción al unísono. Horacio parece que había leído las mil y una noches, porque me dijo que accedería pero sólo a uno por noche, siempre que le prometiera que no lo cambiaría a él por un nuevo computador hasta que terminara de contarlos, ya que se había dado cuenta que yo había solicitado precios por computadores de características modernas. Horacio ignoraba que era un portento y yo no lo perdería por ningún motivo. Nadie lo creería, por lo que el escritor de los cuentos sería yo. La fama me estaba asegurada, y sin mayor trabajo.
-Mañana comenzamos a la misma hora, me dijo Horacio, te los iré escribiendo a la velocidad que tu tecleas para que lo asimiles sin dificultad. Destelló dos veces, escribió “Chao amigo Enrique”, y desapareció todo lo escrito. Continué trabajando en Horacio de la misma forma que lo había hecho siempre. Lo llamé varias veces, infructuosamente, continuó funcionando como si nunca hubiera sucedido lo que les acabo de contar.
Me costó quedarme dormido. Estaba excitado. Tuve pesadillas, fallaba el disco duro de Horacio, salía olor a quemado. Joshua, el técnico, no podía salvarlo, se perdía toda la información, la memoria Ram se infectaba con enormes virus que tomaban formas de monstruos del espacio. Luego que Rosa María me pegó varios codazos desperté gritando. Antes de salir para el trabajo encendí a Horacio: funcionaba normal.
En la oficina no me atreví a contarle a nadie, estaban despidiendo por reducción de personal y yo podría ser un candidato seguro si se me estuviesen pelando los cables. Me creerían loco. Largo fue el día esperando el reencuentro con Horacio. Soñaba despierto en mi escritorio: comenzaba mi gloria con el Premio Municipal de Literatura, se sucedían el Nacional, el Cervantes y finalmente el Nobel. Aparecía en las noticias de la tele, en los diarios y revistas, era famoso en el mundo entero. Cumplía mi sueño: Trascendía en la humanidad en el barco espiritual de la Literatura.
Cuando entré a la casa, saludé a Rosa María con el beso acostumbrado y me dijo:
-Joshua lleva como tres horas trabajando en el computador. Dice que efectivamente estaba lleno de virus. Tú le dejaste un mensaje en el celular el viernes pasado para que viniera a verlo.
Entré a la sala y con una sonrisa Joshua me dijo: - Esta vez tuve que formatearlo Don Enrique. Raro, emitió varios quejidos antes que se borrara la información del disco. Ahora está corriendo rápido. Le subí el último antivirus. Son veinte luquitas no más.
©Marcos Patricio Concha Valencia |