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Miguel de Unamuno

"El derecho del primer ocupante"

Cuento para niños

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Música: Schumann - Album für die Jugend op.68, no. 1 "Melodie"
 
El derecho del primer ocupante

Cuento para niños

Cuando nacisteis os encontrasteis con padres que os daban todo lo que os hacía falta: comida, vestido, casa y todas las demás cosas necesarias y hasta las no necesarias, como juguetes y diversiones de pago. No habéis tenido que ganaros nada por vosotros mismos y con vuestro trabajo, y por esto no sabéis lo que es ganaros la vida. Os habéis encontrado con que unas cosas son de unos y otras cosas son de otros, y no sabéis bien porqué las cosas son de uno y no son de otro. Todo lo que tenéis os lo han dado hecho o vuestros padres o vuestros amigos, o se lo habéis trocado a estos amigos por otras cosas, y si algo habéis hecho vosotros con vuestras manos, es con materiales que os dieron. Y lo que compráis es con dinero que os han dado, y no con dinero que os hayáis ganado.

Me figuro que al leer esto alguno de vosotros me saltará diciendo: «No, yo tengo una cosa que es mía y no me la ha dado nadie, sino que yo me la encontré en la calle, la cogí y como no era de nadie, ahora es mía.» Claro está que lo que uno encuentra y no era de nadie, o lo tiró su dueño, es del que lo encuentra. De esas cosas se dice que no son de nadie, y del que las encuentra se dice que se hace dueño de ellas por el derecho del primer ocupante.

Cuando yo era niño como vosotros, siempre que encontrábamos algún juguete u otra cosa que podía habérsele perdido a algún chico, la cogíamos y cantábamos esto:

Una cosa me he encontrado;
Cuatro veces lo diré,
Si su dueño no aparece
Con ella me quedaré.

Y si no aparecía el dueño nos quedábamos con ella. Otros, ni siquiera cantaban eso ni hacían nada porque pareciese el dueño, sino que callaban, algunos sabiendo a quién se le había perdido lo que ellos encontraron. Y eso, claro está, es un robo.

Pero es que hay muchos actos, amiguitos, que no parecen robos y, sin embago, lo son, así como también hay muchas cosas que nos encontramos y decimos que no son de nadie y son de todos.

Las flores que hay en un jardín público, por ejemplo, son de todos porque el jardín se cuida y cultiva con dinero que sale de los bolsillos de todos los del pueblo y de todos los que por él pasan, y esas flores están para recreo de todos. Y si va uno y corta una y se la lleva, hace un robo. Y si oís decir que lo que es de todos es de ninguno, esa es una barbaridad muy grande que han inventado los ladrones para robar más a su gusto.

Os digo, pues, que hay muchas cosas que los que las cogen dicen que no son de nadie y esto no es verdad, sino que son de todos. Y el derecho del primer ocupante suele ser algunas veces una cosa muy fea y que está muy mal hecha.

Figuraos que llega un chico a un paseo y se encuentra con un banco a la sombra de una acacia, y que en el banco caben tres chicos. Pero él va, y como está solo y le gusta la comodidad, en vez de sentarse se recuesta a todo lo largo en el banco y se estira bien. Entonces viene otro chico y le dice que le haga sitio y que se siente bien, porque también quiere sentarse. Y entonces va el primero y le contesta: «No me da la gana; haber llegado antes; yo he venido primero y el banco es mío. Si quieres sentarte, allí tienes aqul otro.» Y el otro le dice: «Pero aquél está al sol, y yo quiero sentarme a la sombra.» Y el del banco le dice: «Entonces, siéntate en el suelo.» Y el otro le dice: «¡Clarito!, ¡habiendo banco voy a sentarme en el suelo!... Anda, siéntate bien y hazme sitio.» Y el del banco le contesta: «Ya te he dicho que no me da la gana; si quieres que te haga sitio, dame una de esas naranjas que llevas; si no no me encojo.» Esto lo hacía el chico del banco porque creía que le podría al otro si se pusieran a reñir. Y el otro pobre iba a marcharse cuando vió venir el guarda del jardín y le amenazó al del banco con decírselo y entonces el del banco, que no era muy amigo del guarda, se levantó y se fue.

Pues bien: hay muchos así que dicen que es suyo lo que ocupan por la fuerza, porque llegaron antes.

Una cosa es ocupar algo con el trabajo, como uno tiene una tierra y la labra o un violín y lo toca, y otra cosa es ocupar algo con la fuerza.

Y aquí voy a contaros un sucedido. Y fue que una vez iban navegando diez familias, y naufragaron y fueron a dar a una isla desierta, muy rica y muy hermosa. Era una isla que producía toda clase de frutos y que sin mucho trabajo podía alimentar lo menos a mil familias. Cuando vieron esto los naúfragos, les pesó menos su desgracia, y hasta algunos se alegraron de ella. Con lo que pudieron sacar del barco, que encalló entre las peñas, se establecieron allí, empezaron a hacerse chozas y a cultivar el suelo. Lo cultivaban todos juntos y a ninguno se le ocurrió dividir la isla en diez pedazos, porque estaban mejor todos juntos y les sobraba tierra. Si vais un día seis amigos a comer melones y os encontráis con cien melones, no os repartiréis éstos, sino que comeréis todos de uno o dos, de los que os parezcan mejores, dejando los demás para otro día, si antes no se pasan. Y así hicieron los náufragos: como no estaban más que ellos, cultivaban todos el suelo que podían entre todos y dejaban lo demás. Pero uno de ellos, que era más listo que los otros, les dijo un día: «Y si naufragan aquí otros, y cogen otra parte y se ponen a cultivarla, ¿qué haremos?» Y le contestaron: «Dejarlos, porque aquí se pueden mantener lo menos mil familias.» Pero él les dijo: «¡No, dejarlos no!, porque nosotros hemos llegado antes y la isla es nuestra por el derecho del primer ocupante. Lo mejor es que, haciendo en ella diez porciones, nos las repartamos entre las diez familias, aunque luego cultivemos todos juntos una parte de una sola porción, pues cada una de éstas basta para mantener a cien familias.»

Así hicieron, y siguieron trabajando todos juntos un cachito de la isla, pero después de haberla dividido en diez partes, que se repartieron. Y ya veréis como el que les aconsejó esto era el más listo de todos, o sea el más malo.

Pasado algún tiempo, una vez vino a naufragar en otra Parte de la isla otro barco que traía cuatro familias, y éstas se pusieron a vivir en aquella parte de la isla donde había ido a dar. Y en cuanto lo supieron los otros, los que estaban de antes, fueron allá y les dijeron: «Esta isla es nuestra y no vuestra, porque hemos llegado a ella antes que vosotros y nos la hemos repartido, y ese suelo que trabajáis no es vuestro, sino de una de nuestras familias.» Y los otros pobres, al ver que eran más que ellos, les contestaron con buenos modos: «¡Pero si hay sitio para todos y podemos vivir muy bien las catorce familias, las diez vuestras y las cuatro nuestras, y hasta mil si las hubiera! Iremos con vosotros y trabajaremos todos juntos.» Y aquel que era más listo que los demás, el que les había aconsejado lo del reparto, les dijo: «No puede ser; nosotros hemos llegado antes y por eso esta isla es nuestra y nos la hemos repartido; si queréis vivir aquí, trabajaréis para nosotros y os daremos casa, vestido y comida, y, si no queréis esto, ahí está el mar de donde habéis venido; podéis volver a él ¡Haber llegado antes!» Y como eran menos y los otros les podían, no tuvieron más remedio que aguantarse y ponerse las cuatro familias a trabajar para las otras diez. Y como en aquella isla con muy poco trabajo se sacaba mucho, esas cuatro familias de los que naufragaron más tarde trabajaban para las catorce, y, después de vestirse y comer con lo que sacaban, vestían y daban de comer a los otros. Y éstos, los que hablan legado primero, no hacían nada más que obligar a los otros a que trabajasen y cuidarlos para que no se les escaparan y tuvieran que andarlos buscando por unos montes que había en la isla. Ya habréis comprendido que estas cuatro familias que llegaron después eran esclavas de las que habían llegado primero.

Porque esclavo es eso: uno a quien no le dejan ir a trabajar a donde quiera, sino que tiene que trabajar por la fuerza en la tierra de su amo. Es algo parecido a una caballería a la que se le ata para que no se salga de un prado.

Que aquellos diez que llegaron primero quisieran para sí solos la parte que habían cultivado, se comprende, aunque ya os explicaré otro día que tampoco eso les convenía mucho; pero lo que no es más que una barbaridad es que no dejasen trabajar a las otras pobres familias en ninguna otra parte de la isla, porque decían que era toda de ellos, como el chico aquel que se tendió en el banco del jardín decía que era suyo todo el banco. Y aquí, en la isla, no había, como en el jardín, ningún guarda que obligase a las diez primeras familias a que no abusaran de su fuerza y de ser más.

Y ahora ¿qué os parece de lo que hicieron los que habían llegado antes a la isla con los que llegaron después? Y la isla, ¿qué os parece? Antes de que llegara ningún hombre a ella, ¿no era de nadie o era de todos los que llegaran, mientras pudiese mantenerlos?

Pero todo no es ni tan fácil de responder ni tan claro como pueda pareceros, y es mejor que lo dejemos ahora para otro día. Ahora, hablad de esto con vuestros padres y preguntadles qué piensan de ello, porque es muy fácil que a vuestros padres se les ocurran otras cosas que a vosotros. Yo también tengo hijos, como los tienen vuestros padres, y a mí hasta me gusta que piensen mis hijos de diferente manera que yo y que les parezcan mal muchas cosas que a mí me parecen bien, porque si pensaran siempre los hijos lo mismo que sus padres, estaríamos hoy como en tiempo de Adán y Eva.

Vosotros debéis pensar de dónde os vienen las cosas que vuestros padres os dan, y de dónde las sacan ellos, y cómo gana su dinero vuestro padre, pues, por no acostumbrarnos a pensar en eso desde muy jovenes, nos vienen luego muchos males. Y sobre todo debéis tener en cuenta que acaso algún día, por ricos que vuestros padres sean, tendréis que ganaros la vida trabajando. Y ahora os voy a decir, para acabar, una cosa que otro día os explicaré más despacio, y lo que voy a deciros es que es mejor que os vivan vuestros padres hasta que hayáis acabado de aprender vuestro oficio o carrera y os dejen en el mundo sin un cuarto, pero sabiendo trabajar y con conocimientos y carrera, a no que se mueran ahora, cuando sois pequeños, y os dejen mucho dinero.

De estas cosas hablaremos otro día. Hasta entonces se os despide,

Miguel de Unamuno

(Mercurio, Barcelona, 4-1-1904)

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