El lobo y el cordero llegaron a un arroyo,
el lobo atormentado más de hambre que de sed,
y entre lobo y cordero sobrevino este diálogo,
que a mí me suena como sobrevenido ayer:
—Súbdito miserable, morirás, pues el agua
que yo, tu rey, bebía, te atreviste a enturbiar.
—¿Cómo, señor, haceros tal injuria he podido
estando más abajo que vuestra majestad?
—Si no lo has hecho ahora, lo hiciste hace seis meses.
—Señor, si todavía de edad no tengo dos.
—Pues si tú no lo has hecho, tu padre es quien lo haría,
y es justo que ahora mismo sufras la expiación.
Así diciendo, él lobo, sin conciencia ni entrañas
hizo al cordero víctima de su voracidad;
que siempre los tiranos, a falta de razones
para oprimir al justo, razones falsas dan. |