Estaba cojo una vez
un león viejo —no es nuevo
quien anda mucho mancebo
estar cojo a la vejez— .
Como no podía cazar,
y andaba solo y hambriento,
aguzó el entendimiento
para comer sin andar;
y llamando a cortes reales,
mandó por edicto y ley
que atendiendo que era rey
de todos los animales,
acudiesen a su cueva.
Fueron todos, y asentados,
dijo : —Vasallos honrados,
a mí me han dado una nueva
extraña, y que me provoca
a pesadumbre y pasión,
y es que dicen que al león
le huele muy mal la boca.
No es bien que un sujeto real,
de tantos brutos señor,
en vez de dar buen olor,
a todos huela tan mal.
Y así, buscando el remedio,
hallo que a todos os toca,
que llegándoos a mi boca,
veáis si al principio o medio
alguna muela podrida
huele mal, por que se saque,
y desta suerte se aplaque
afrenta tan conocida.
Metióse con esto adentro,
y entrando de uno en uno,
no vieron salir ninguno.
La raposa, que es el centro
de malicias, olió el poste;
y convidándola a entrar
para ver y visitar
al león, respondió : —¡Oste!
Y asomando la cabeza,
dijo : —Por no ser tenida
por tosca y descomedida,
no entro a ver a vuestra alteza;
que como paso trabajos,
unos ajos he almorzado,
y para un rey no hay enfado
como el olor de los ajos.
Por aquesta cerbatana
vuestra alteza eche el aliento;
que si yo por ella siento
el mal olor, cosa es llana
que hay muela con agujero,
y el sacalla está a otra cuenta,
que yo estoy sin herramienta
y en mi vida fui barbero.
(El pretendiente al revés, acto 1º, escena XII) |