Yo que en la vida solo he conocido
la rosa de presencia fugitiva;
yo que busqué la eterna siempreviva
del amor y su fuego defendido.
Yo que en el cauce de lo ya vivido
puse a gemir mi carne pensativa;
yo que ignoro la causa primitiva
de mi vivir y mi naciente olvido,
alabo el soplo de la primavera,
la incierta lumbre que en secreto admira
el despojado corazón que espera.
Alabo mi vivir humilde y denso,
mi corazón de tintes indefensos,
que es más oscuro cuanto más se mira.
De Al norte de la sangre (1946) |