...Hay personas que cifran todo su orgullo en comprar barato, como le sucede a un tío mío, hombre muy nervioso y algo irascible, que se va a un establecimiento de paños y empieza por pedir una silla y sentarse cómodamente.
—Sáqueme usted tela para un gabán—dice con aire de hombre superior.—Quiero que sea buena, ¿sabe usted?
El dependiente coloca sobre el mostrador seis o siete piezas de paño. Mi tío desde su asiento examina el género, lo frota, lo mira al trasluz, lo estira, lo encoge, lo acerca a la nariz, se lo pasa por los párpados para ver si es suave, y, por último, pregunta:
—¿A cómo?
—A tres duros.
Mi tío se levanta, hace un gesto de desdén y se finge que va a tomar la puerta, no sin decir antes:
—Vaya, vaya; veo que no quiere usted vender.
—Pero venga usted acá y nos arreglaremos....
Mi tío se acerca al mostrador, coge al dependiente por la muñeca, le aproxima los labios al oído y le dice a media voz:
—¿Quiere usted treinta reales?...
—¿Está usted loco? ¡Treinta reales por un género como éste!...
Enójase el dependiente; mi tío le contesta una barbaridad; chillan ambos, interviene el dueño de la tienda, y mi tío dice por último, con voz alterada:
—¿Quiere usted treinta y cinco reales? No doy un céntimo más.
El caso es que mi tío sale de allí con la tela después de conseguir que le rebajen un duro en cada vara; y cuando está hecho el gabán, pregunta a los amigos:...
—¿Cuánto cree usted que me ha costado esta prenda?
—Veinte duros—dice uno.
—Usted los hubiera pagado seguramente, ¡pero yo!... Límpiese usted los ojos para ver este gabán, y ahora sepan ustedes que con tela, forros, botones y hechura me ha costado.... ciento once reales con quince céntimos.
¿Puede dudarse de que mi tío compra barato en Madrid? Pues ¿y D. Sinforoso, mi compañero de oficina?
Hace pocos días tuvo que comprar una jaula para un jilguero que le enviaron de Cuzcurrita, su tierra natal, y se fue a la plaza de Santa Ana.
—¿A cómo son estas jaulitas?
—A cuatro pesetas.
—¡Hombre, por Dios! No diga usted disparates. ¿Quiere usted dos pesetas?
—No, señor; es precio fijo....
El pajarero volvió las espaldas; se puso a dar de comer a un loro que está delicado y no come con su propio pico.
—Oiga usted—gritó D. Sinforoso desde la puerta.—¿No quiere usted vender?
—Sí, señor; pero no puedo perder el tiempo.
—Vamos, póngase usted en razón. ¿Quiere usted las dos pesetas?
—He dicho que no.
—¿Dos pesetas y diez céntimos?
Nueva retirada del pajarero....
Y viendo D. Sinforoso que el de los pájaros se sentaba en una silla para alimentar al loro con más comodidad, él se sentó también a la entrada de la tienda, y allí se estuvo cerca de una hora, diciendo de vez en cuando:
—Conque ya lo sabe usted: dos pesetas y un perro grande.
El pajarero comenzó a perder la paciencia, y acabó por vender la jaula en los ocho reales ofrecidos, dando un empujón a D. Sinforoso y poniéndole de patitas en la calle....
("Spanish tales for beginners" ELIJAH CLARENCE HILLS, PH.D., LITT.D.) |