¡Oh Fausto! Yo he sentido que se agita
en mi ser la tiniebla de tu hastío;
¿dónde está el Mefistófeles sombrío,
que me acerque a mi blanca Margarita?...
Sin que le arredre el sacrificio impío
por inmolarse el corazón palpita;
¿qué supremo holocausto necesita
para poder triunfar el amor mío? ...
Mas, ¡oh gloriosos tiempos medioevales!,
fugitiva la Fe tiende su vuelo,
desplomadas están las catedrales,
¡y ya no puede el amoroso anhelo
para alcanzar soñados ideales
vender el alma y abdicar del cielo! |