I
La noche en las vidrieras del monasterio
tiende velos de sombras y de misterio...
Con amantes abrazos cubre la hiedra
el helado regazo de dura piedra...
el crepúsculo tiembla; la noche umbría
en sus claustros profundos detiene al día.
II
Ya mi pecho te siente... tú eres la hiedra
que abraza temblorosa la dura piedra.
¡Tú eres la enamorada de la ruina!
El horizonte negro ya se ilumina.
Ya vuelven a mi pecho los ideales
mientras que el fulgurante Sol, los cristales
del monasterio baña con luces vivas
y aparecen los santos en las ojivas!
Publicado en el El Siglo XIX, el 8 de julio de 1893 |