Santa Teresa de Jesús

SANTA TERESA DE JESÚS

"El libro de la vida"

Capítulo 32

 

Biografía de Santa Teresa de Jesús en Wikipedia 

 

EL LIBRO DE LA VIDA

Cap. 32

 
 
 
Capítulo 32

 

En que trata cómo quiso el Señor ponerla en espíritu en un lugar del infierno que tenía por  sus pecados merecido. Cuenta una cifra de lo que allí se lo representó para lo que fue (1). Comienza a tratar la manera y modo cómo se fundó el monasterio, adonde ahora está, de San José.

1. Después de mucho tiempo que el Señor me había hecho ya muchas de las mercedes que he dicho (2) y otras muy grandes, estando un día en oración me hallé en un punto toda, sin saber cómo, que me parecía estar metida en el infierno. Entendí que quería el Señor que viese el lugar que los demonios allá me tenían aparejado, y yo merecido por mis pecados. Ello fue en brevísimo espacio, mas aunque yo viviese muchos años, me parece imposible olvidárseme.

Parecíame la entrada a manera de un callejón muy largo y estrecho, a manera de horno muy bajo y oscuro y angosto. El suelo me pareció de un agua como lodo muy sucio y de pestilencial olor, y muchas sabandijas malas en él. Al cabo estaba una concavidad metida en una pared, a manera de una alacena, adonde me vi meter en mucho estrecho (3).

Todo esto era deleitoso a la vista en comparación de lo que allí sentí. Esto que he dicho va mal encarecido.

2. Estotro (4) me parece que aun principio de encarecerse como es no le puede haber, ni se puede entender; mas sentí un fuego en el alma, que yo no puedo entender cómo poder decir de la manera que es. Los dolores corporales tan incomportables (5), que, con haberlos pasado en esta vida gravísimos y, según dicen los médicos, los mayores que se pueden acá pasar (porque fue encogérseme todos los nervios cuando me tullí, sin otros muchos de muchas maneras que he tenido, y aun algunos, como he dicho (6), causados del demonio), no es todo nada en comparación de lo que allí sentí, y ver que habían de ser sin fin y sin jamás cesar.

Esto no es, pues, nada en comparación del agonizar del alma: un apretamiento, un ahogamiento, una aflicción tan sentible (7) y con tan desesperado y afligido descontento, que yo no sé cómo lo encarecer. Porque decir que es un estarse siempre arrancando el alma, es poco, porque aun parece que otro os acaba la vida; mas aquí el alma misma es la que se despedaza.

El caso es que yo no sé cómo encarezca aquel fuego interior y aquel desesperamiento, sobre tan gravísimos tormentos y dolores. No veía yo quién me los daba, mas sentíame quemar y desmenuzar, a lo que me parece. Y digo que aquel fuego y desesperación interior es lo peor.

3. Estando en tan pestilencial lugar, tan sin poder esperar consuelo, no hay sentarse ni echarse (8), ni hay lugar, aunque me pusieron en éste como agujero hecho en la pared. Porque estas paredes, que son espantosas a la vista, aprietan ellas mismas, y todo ahoga. No hay luz, sino todo tinieblas oscurísimas. Yo no entiendo cómo puede ser esto, que con no haber luz, lo que a la vista ha de dar pena todo se ve.

No quiso el Señor entonces viese más de todo el infierno. Después he visto otra visión de cosas espantosas, de algunos vicios el castigo. Cuanto a la vista, muy más espantosos me parecieron, mas como no sentía la pena, no me hicieron tanto temor; que en esta visión quiso el Señor que verdaderamente yo sintiese aquellos tormentos y aflicción en el espíritu, como si el cuerpo lo estuviera padeciendo.

Yo no sé cómo ello fue, mas bien entendí ser gran merced y que quiso el Señor yo viese por vista de ojos de dónde me había librado su misericordia. Porque no es nada oírlo decir, ni haber yo otras veces pensado en diferentes tormentos (aunque pocas, que por temor no se llevaba bien mi alma), ni que los demonios atenazan, ni otros diferentes tormentos que he leído, no es nada con esta pena (9), porque es otra cosa. En fin como de dibujo a la verdad, y el quemarse acá es muy poco en comparación de este fuego de allá.

4. Yo quedé tan espantada, y aún lo estoy ahora escribiéndolo, con que ha casi seis años (10), y es así que me parece el calor natural me falta de temor aquí adonde estoy. Y así no me acuerdo vez que tengo trabajo ni dolores, que no me parece nonada todo lo que acá se puede pasar, y así me parece en parte que nos quejamos sin propósito. Y así torno a decir que fue una de las mayores mercedes que el Señor me ha hecho, porque me ha aprovechado muy mucho, así para perder el miedo a las tribulaciones y contradicciones de esta vida, como para esforzarme a padecerlas y dar gracias al Señor que me libró, a lo que ahora me parece, de males tan perpetuos y terribles.

5. Después acá, como digo, todo me parece fácil en comparación de un momento que se haya de sufrir lo que yo en él allí padecí. Espántame cómo habiendo leído muchas veces libros adonde se da algo a entender las penas del infierno, cómo no las temía ni tenía en lo que son. ¿Adónde estaba? ¿Cómo me podía dar cosa descanso de lo que me acarreaba ir a tan mal lugar? ¡Seáis bendito, Dios mío, por siempre! Y ¡cómo se ha parecido (11) que me queríais Vos mucho más a mí que yo me quiero! ¡Qué de veces, Señor, me librasteis de cárcel tan tenebrosa, y cómo me tornaba yo a meter en ella contra vuestra voluntad!

6. De aquí también gané la grandísima pena que me da las muchas almas que se condenan (de estos luteranos en especial (12), porque eran ya por el bautismo miembros de la Iglesia), y los ímpetus grandes de aprovechar almas, que me parece, cierto, a mí que, por librar una sola de tan gravísimos tormentos, pasaría yo muchas muertes muy de buena gana. Miro que, si vemos acá una persona que bien queremos, en especial con un gran trabajo o dolor, parece que nuestro mismo natural nos convida a compasión y, si es grande, nos aprieta a nosotros. Pues ver a un alma para sin fin en el sumo trabajo de los trabajos, ¿quién lo ha de poder sufrir? No hay corazón que lo lleve sin gran pena (13). Pues acá con saber que, en fin, se acabará con la vida y que ya tiene término, aun nos mueve a tanta compasión, estotro que no le tiene no sé cómo podemos sosegar viendo tantas almas como lleva cada día el demonio consigo.

7. Esto también me hace desear que, en cosa que tanto importa, no nos contentemos con menos de hacer todo lo que pudiéremos de nuestra parte. No dejemos nada, y plega al Señor sea servido de darnos gracia para ello.

Cuando yo considero que, aunque era tan malísima, traía algún cuidado de servir a Dios y no hacía algunas cosas que veo que, como quien no hace nada, se las tragan en el mundo y, en fin, pasaba grandes enfermedades y con mucha paciencia, que me la daba el Señor; no era inclinada a murmurar, ni a decir mal de nadie, ni me parece podía querer mal a nadie, ni era codiciosa, ni envidia jamás me acuerdo tener de manera que fuese ofensa grave del Señor, y otras algunas cosas, que, aunque era tan ruin, traía temor de Dios lo más continuo; y (14) veo adonde me tenían ya los demonios aposentada, y es verdad que, según mis culpas, aun me parece merecía más castigo. Mas, con todo, digo que era terrible tormento, y que es peligrosa cosa contentarnos, ni traer sosiego ni contento el alma que anda cayendo a cada paso en pecado mortal; sino que por amor de Dios nos quitemos de las ocasiones, que el Señor nos ayudará como ha hecho a mí. Plega a Su Majestad que no me deje de su mano para que yo torne a caer, que ya tengo visto adónde he de ir a parar. No lo permita el Señor, por quien Su Majestad es, amén.

8. Andando yo, después de haber visto esto y otras grandes cosas y secretos que el Señor, por quien es, me quiso mostrar de la gloria que se dará a los buenos y pena a los malos, deseando modo y manera en que pudiese hacer penitencia de tanto mal y merecer algo para ganar tanto bien, deseaba huir de gentes y acabar ya de en todo en todo (15) apartarme del mundo. No sosegaba mi espíritu, mas no desasosiego inquieto, sino sabroso. Bien se veía que era de Dios, y que le había dado Su Majestad al alma calor para digerir otros manjares más gruesos de los que comía.

9. Pensaba qué podría hacer por Dios. Y pensé que lo primero era seguir el llamamiento que Su majestad me había hecho a religión, guardando mi Regla con la mayor perfección que pudiese (16). Y aunque en la casa adonde estaba había muchas siervas de Dios y era harto servido en ella, a causa de tener gran necesidad salían las monjas muchas veces a partes adonde con toda honestidad y religión podíamos estar; y también no estaba fundada en su primer rigor la Regla, sino guardábase conforme a lo que en toda la Orden, que es con bula de relajación (17). Y también otros inconvenientes, que me parecía a mí tenía mucho regalo, por ser la casa (18) grande y deleitosa. Mas este inconveniente de salir, aunque yo era la que mucho lo usaba, era grande para mí ya, porque algunas personas, a quien los prelados no podían decir de no, gustaban estuviese yo en su compañía, e, importunados, mandábanmelo (19). Y así, según se iba ordenando, pudiera poco estar en el monasterio, porque el demonio en parte debía ayudar para que no estuviese en casa, que todavía, como comunicaba con algunas (20) lo que los que me trataban me enseñaban, hacíase gran provecho.

10. Ofrecióse una vez, estando con una persona, decirme a mí y a otras (21) que si no seríamos para ser monjas de la manera de las descalzas, que aun posible era poder hacer un monasterio. Yo, como andaba en estos deseos, comencélo a tratar con aquella señora mi compañera viuda (22) que ya he dicho, que tenía el mismo deseo. Ella comenzó a dar trazas para darle renta, que ahora veo yo que no llevaban mucho camino y el deseo que de ello teníamos nos hacía parecer que sí.

Mas yo, por otra parte, como tenía tan grandísimo contento en la casa que estaba (23), porque era muy a mi gusto y la celda en que estaba hecha muy a mi propósito, todavía me detenía. Con todo concertamos de encomendarlo mucho a Dios.

11. Habiendo un día comulgado, mandóme mucho Su Majestad lo procurase con todas mis fuerzas, haciéndome grandes promesas de que no se dejaría de hacer el monasterio, y que se serviría mucho en él, y que se llamase San José, y que a la una puerta nos guardaría él y nuestra Señora la otra, y que Cristo andaría con nosotras, y que sería una estrella que diese de sí gran resplandor, y que, aunque las religiones (24) estaban relajadas, que no pensase se servía poco en ellas; que qué sería del mundo si no fuese por los religiosos; que dijese a mi confesor (25) esto que me mandaba, y que le rogaba El que no fuese contra ello ni me lo estorbase.

12. Era esta visión con tan grandes efectos, y de tal manera esta habla que me hacía el Señor, que yo no podía dudar que era El. Yo sentí grandísima pena, porque en parte se me representaron los grandes desasosiegos y trabajos que me había de costar, y como estaba contentísima en aquella casa; que, aunque antes lo trataba, no era con tanta determinación ni certidumbre que sería. Aquí (26) parecía se me ponía apremio y, como veía comenzaba cosa de gran desasosiego, estaba en duda de lo que haría. Mas fueron muchas veces las que el Señor me tornó a hablar en ello, poniéndome delante tantas causas y razones que yo veía ser claras y que era su voluntad, que ya no osé hacer otra cosa sino decirlo a mi confesor, y dile por escrito todo lo que pasaba (27).

13. El no osó determinadamente decirme que lo dejase, mas veía que no llevaba camino conforme a razón natural, por haber poquísima y casi ninguna posibilidad en mi compañera, que era la que lo había de hacer. Díjome que lo tratase con mi prelado (28), y que lo que él hiciese, eso hiciese yo.

Yo no trataba estas visiones con el prelado, sino aquella señora trató con él que quería hacer este monasterio. Y el provincial vino muy bien en ello, que es amigo de toda religión, y diole todo el favor que fue menester, y díjole que él admitiría la casa (29). Trataron de la renta que había de tener. Y nunca queríamos fuesen más de trece (30) por muchas causas.

Antes que lo comenzásemos a tratar, escribimos al santo Fray Pedro de Alcántara todo lo que pasaba, y aconsejónos que no lo dejásemos de hacer, y dionos su parecer en todo.

14. No se hubo comenzado a saber por el lugar, cuando (31) no se podrá escribir en breve la gran persecución que vino sobre nosotras, los dichos, las risas, el decir que era disparate. A mí, que bien me estaba en mi monasterio. A la mi compañera tanta persecución, que la traían fatigada. Yo no sabía qué me hacer. En parte me parecía que tenían razón.

Estando así muy fatigada encomendándome a Dios, comenzó Su majestad a consolarme y a animarme. Díjome que aquí vería lo que habían pasado los santos que habían fundado las Religiones; que mucha más persecución tenía por pasar de las que yo podía pensar; (32) que no se nos diese nada. Decíame algunas cosas que dijese a mi compañera; y lo que más me espantaba yo es que luego quedábamos consoladas de lo pasado y con ánimo para resistir a todos. Y es así que de gente de oración y todo, en fin, el lugar no había casi persona que entonces no fuese contra nosotras y le pareciese grandísimo disparate.

15. Fueron tantos los dichos y el alboroto de mi mismo monasterio, que al Provincial le pareció recio ponerse contra todos, y así mudó el parecer y no la quiso admitir (33). Dijo que la renta no era segura y que era poca, y que era mucha la contradicción. Y en todo parece tenía razón. Y, en fin, lo dejó y no lo quiso admitir.

Nosotras, que ya parecía teníamos recibidos los primeros golpes, dionos muy gran pena; en especial me la dio a mí de ver al Provincial contrario, que, con quererlo él, tenía yo disculpa con todos. A la mi compañera ya no la querían absolver si no lo dejaba, porque decían era obligada a quitar el escándalo (34).

16. Ella fue a un gran letrado (35) muy gran siervo de Dios, de la Orden de Santo Domingo, a decírselo y darle cuenta de todo. Esto fue aun antes que el Provincial lo tuviese dejado, porque en todo el lugar no teníamos quien nos quisiese dar parecer. Y así decían que sólo era por nuestras cabezas. Dio esta señora relación de todo y cuenta de la renta que tenía de su mayorazgo a este santo varón, con harto deseo nos ayudase, porque era el mayor letrado que entonces había en el lugar, y pocos más en su Orden (36). Yo le dije todo lo que pensábamos hacer y algunas causas. No le dije cosa de revelación ninguna, sino las razones naturales que me movían, porque no quería yo nos diese parecer sino conforme a ellas.

El nos dijo que le diésemos de término ocho días para responder, y que si estábamos determinadas a hacer lo que él dijese. Yo le dije que sí; mas aunque yo esto decía y me parece lo hiciera (porque no veía camino por entonces de llevarlo adelante) (37), nunca jamás se me quitaba una seguridad de que se había de hacer. Mi compañera tenía más fe; nunca ella, por cosa que la dijesen, se determinaba a dejarlo.

17. Yo, aunque como digo me parecía imposible dejarse de hacer, de tal manera creo ser verdadera la revelación, como no vaya contra lo que está en la Sagrada Escritura o contra las leyes de la Iglesia que somos obligadas a hacer. Porque, aunque a mí verdaderamente me parecía era de Dios, si aquel letrado me dijera que no lo podíamos hacer sin ofenderle y que íbamos contra conciencia, paréceme luego me apartara de ello o buscara otro medio. Mas a mí no me daba el señor sino éste.

Decíame después este siervo de Dios que lo había tomado a cargo con toda determinación de poner mucho en que nos apartásemos de hacerlo, porque ya había venido a su noticia el clamor del pueblo, y también le parecía desatino, como a todos, y en sabiendo habíamos ido a él, le envió a avisar un caballero que mirase lo que hacía, que no nos ayudase. Y que, en comenzando a mirar en lo que nos había de responder y a pensar en el negocio y el intento que llevábamos y manera de concierto y religión, se le asentó ser muy en servicio de Dios, y que no había de dejar de hacerse.

Y así nos respondió nos diésemos prisa a concluirlo, y dijo la manera y traza que se había de tener; y aunque la hacienda era poca, que algo se había de fiar de Dios; que quien lo contradijese fuese a él, que él respondería. Y así siempre nos ayudó, como después diré (38).

18. Con esto fuimos muy consoladas y con que algunas personas santas, que nos solían ser contrarias, estaban ya más aplacadas, y algunas nos ayudaban.

Entre ellas era el caballero santo (39), de quien ya he hecho mención,que, como lo es y le parecía llevaba camino de tanta perfección, por ser todo nuestro fundamento en oración, aunque los medios le parecían muy dificultosos y sin camino, rendía su parecer a que podía ser cosa de Dios, que el mismo señor le debía mover.

Y así hizo al maestro, que es el clérigo siervo de Dios que dije que había hablado primero (40), que es espejo de todo el lugar, como persona que le tiene Dios en él para remedio y aprovechamiento de muchas almas, y ya venía en ayudarme en el negocio.

Y estando en estos términos y siempre con ayuda de muchas oraciones y teniendo comprada ya la casa en buena parte, aunque pequeña...; mas de esto a mí no se me daba nada, que me había dicho el Señor (41) que entrase como pudiese, que después yo vería lo que Su majestad hacía. ¡Y cuán bien que lo he visto! Y así, aunque veía ser poca la renta, tenía creído el Señor lo había por otros medios de ordenar y favorecernos.

 

NOTAS CAPÍTULO 32

Comienza una nueva sección del libro: los capítulos 32-36 cuentan la fundación del Carmelo de San José, estrechamente vinculada a las gracias místicas recibidas por la autora. Desea ella que si los teólogos asesores deciden destruir el libro, conserven al menos esos capítulos y los entreguen a las monjas de su primer Carmelo (c. 36, 29). - El c. 32 cuenta su visión del infierno (nn. 1-9) y los primeros trámites de fundación (10-18).

1 Cuenta una cifra (un resumen o muestra: cf. c. 27, 12 nota 33)... - Para lo que fue: en comparación de lo que fue la terrible visión.

2 Se remite a las gracias místicas referidas en los cc. 23-31.

3 En mucho estrecho: en gran aprieto.

4 Estotro: es lo que va a referirse en contraposición al "esto" de la última frase: "lo referido".

5 Incomportables: insoportables (cf. c. 5, 7 nota 14, pasaje al que alude enseguida).

6 Los referidos en los cc. 30-31. - A continuación: no es todo nada: todo es nada.

7 Tan sentible: tan de sentir (cf. Moradas 6, 1, 9 y 6, 11, 7).

8 No hay sentarse... no hay posibilidad de sentarse...

9 No es nada comparado con esta pena.

10 Con que ha casi seis años: haciendo ya casi seis años que acaeció. - La Santa escribe a finales de 1565: la visión del infierno data por tanto de la primera mitad de 1560.

11 Cómo se ha parecido: cómo se ha evidenciado... (cf. c. 35, 13; 36, 3; o bien, Fund. c. 2, 7).

12 Estos luteranos: bajo el apelativo de "luteranos" alude globalmente a los protestantes (cf. Camino 1, 2; Fund. 3, 10; Moradas 7, 5, 4.

13 Cf. un texto paralelo en las Moradas séptimas, 1, 4.

14 Y (sin embargo) veo: "y" adversativa, como en otros casos.

15 Hoy diríamos: "de todo en todo": totalmente.

16 Mi Regla: es la Regla de la Orden del Carmen, dada por el patriarca de Jerusalén, San Alberto, a los ermitaños del Carmelo hacia el año 1210. -Con la mayor perfección que (yo) pudiese: alude probablemente al "voto de perfección" que ella hizo por esas fechas (cf. BMC, t. 2, p. 128), aludido igualmente en pasajes paralelos a éste: Camino 1, 2; Rel. 1, 9; y Vida 36, 5.12.27.

17 Con bula de relajación: se refiere a la bula "Romani Pontificis" de Eugenio IV (15.2.1432).

18 La casa: el monasterio de la Encarnación de Avila (cf. nn. 12-13; y c. 33, 2). - Este inconveniente de salir: ya ha dicho que en la Encarnación "no se prometía clausura" (c. 4, 5; 7, 3: cf. nota 13 del c. 4).

19 Mandábanmelo: lo referirá más adelante: c. 34 título.

20 Comunicaba con algunas: por esas fechas escribía el P. Pedro Ibáñez en su "Dictamen": "Es tan grande el aprovechamiento de su alma con estas cosas y la buena edificación que da con su ejemplo, que más de cuarenta monjas tratan en su casa (de la Encarnación) de grande recogimiento" (BMC, t, 2, p. 131).

21 Estando con una persona, decirme a mí y a otras... - Se trata por tanto de un grupito de interlocutoras, entre las que destaca una principal. Conocemos el nombre de casi todas ellas. La "persona", autora del dicho, fue María de Ocampo, hija de primos de la Santa, que muy pronto se hizo carmelita en San José, con el nombre de María Bautista. Casi todas las restantes componentes del grupo eran parientes de la Madre Teresa, carmelitas las unas, y seglares amigas las otras: todas ellas pasaban deliciosas veladas espirituales en la celda de la Santa en la Encarnación. Tales fueron: Beatriz de Cepeda, Leonor de Cepeda, María de Cepeda, Isabel de S. Pablo, Inés de Tapia, Ana de Tapia, Juana Suárez (ya conocida del lector), etc. María de San José, una de las grandes escritoras discípulas de la Santa, refiere el episodio: "Estando un día la Santa con ella (María de Ocampo) y otras religiosas de la Encarnación comenzaron a discutir de vidas de Santos del Yermo, y en este tiempo dijeron algunas de ellas que ya que no podían ir al Yermo, que si hubiera un monasterio pequeño y de pocas monjas, que allí se juntaran todas a hacer penitencia; y la dicha Madre Teresa de Jesús les dijo que tratasen de reformarse y guardar la Regla primitiva, que ella pediría a Dios les alumbrase lo que más convenía, y que entonces dijo María Bautista a la dicha Madre: Madre, haga un monasterio como decimos, que yo ayudaré a V. R. con mi legítima. Y estando en esta conversación, llegó la señora Doña Guiomar de Ulloa, a la cual contó la dicha Madre Teresa de Jesús el discurso que habían ella y aquellas muchachas sus parientes; y la dicha Doña Guiomar de Ulloa dijo: Madre, yo también ayudaré con lo que pudiere a esta obra tan santa" (en Memorias Historiales, letra R, n. 141). - Las Descalzas, cuya manera de vida propuso por modelo María de Ocampo, son las llamadas Descalzas Reales de Madrid, de origen avilés; fundadas en Avila por la princesa Doña Juana, hermana de Felipe II, con un grupo de Franciscanas del monasterio de esta ciudad y siguiendo la iniciativa de San Pedro de Alcántara. La fundación pasó sucesivamente a Valladolid y Madrid.

22 Mi compañera viuda: Doña Guiomar de Ulloa (cf. c. 30, 3; 24, 4), a quien en adelante designará con ese nombre (nn. 13, 15, 16).

23 Estaba en el monasterio de la Encarnación.

24 Las religiones: las órdenes religiosas.

24 Mi confesor: el P. Baltasar Alvarez.

26 Aquí: en esta palabra del Señor. - A continuación, la Santa escribe "premio" por "apremio". Cf. 24, 1.

27 Su confesor, el P. Baltasar Alvarez. Se ha perdido ese "escrito" de la Santa.

28 Mi prelado: el provincial carmelita, de que hablará enseguida: "el P. fray Angel de Salazar", anotó Gracián en su ejemplar de Vida. Había sucedido en el provincialato de Castilla al P. Gregorio Fernández. Cuando esto escribe la Santa, ya ha estado en el Capítulo General de la Orden (Roma 1564).

29 Admitiría la casa: (la fundación) bajo su jurisdicción.

30 No fuesen más de trece: las futuras religiosas del monasterio. "Solas doce mujeres y la priora, que no han de ser más", escribirá en el c. 36, n. 19. Y en el Camino: "En esta casa no son más de trece ni lo han de ser" (c. 4, n. 7). Cf. Fundaciones c. 1, n, 1; Modo de visitar, nn. 27-28 y cartas 16, 81, 210, 350, 386 (numeración de la B.M.C.). A pesar de ello, el 23 de diciembre de 1561 había escrito a su hermano Lorenzo de Cepeda: "ha de haber sólo quince, sin poder crecer el número, con grandísimo encerramiento". - Posteriormente la Santa cambió de parecer, y elevó considerablemente el número de monjas de cada Carmelo.

31 No se hubo comenzado a saber..., cuando...: apenas se comenzó a saber, cuando...

32 Reordenado: "que tenía por pasar mucha más persecución que las que yo podía pensar.

33 No quiso admitir "la fundación" bajo su jurisdicción.

34 Cf. la deposición de Teresita de Cepeda en el Proceso de beatificación de la Santa (Avila, 1610): BMC, t. 2, p. 333).

35 "El P. fray Pedro Ybáñez", anota el P. Gracián en su ejemplar. - De él volverá a hablar la Santa, especialmente en los cc. 33, 5-6; y 38, 12.13.32.

36 Pocos más (letrados) en su Orden.

37 La frase entre paréntesis se halla tachada en el autógrafo. Sólo recientemente hemos podido recuperar su lectura íntegra. Fue omitida por fray Luis (p. 407).

38 Cf. c. 35, 4-6; c. 36, 23.

39 Francisco de Salcedo: cf. c. 23, 6-8.

40 Gaspar Daza: cf. c. 23, 6...

41 Se lo repetirá el Señor en el c. 33, 12.

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