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Miguel Sawa

"La segunda juventud"

(Amor)

Biografía de Miguel Sawa en Wikipedia

 
 
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Música: Mendelssohn - Song Without Words, Op. 19, No. 6
 
La segunda juventud
 

—Treinta y siete años. Ni uno más ni uno menos. Casi una vieja. Si no me mirase usted con ojos de enamorado—y ya es sabido que los enamorados no «saben ver»—habría usted advertido que tengo la cabeza llena de canas. ¡La nieve del invierno, que diría un poeta cursi! Yo le ruego a usted que me mire como me miran los demás, desapasionadamente, y notará usted los estragos que ha hecho en mí el tiempo.

Y aproximó su cara a la del joven, sonriendo, algo pálida por la emoción.

Él, por toda respuesta, quiso abrazarla; pero ella le contuvo con un gesto.

—Hablemos antes. Usted es un loco extraño; un loco que se obstina en no recobrar la razón. Y yo quiero volverle al juicio, curándole de ese antojo que siente usted por mí. ¡Ay, pobre niño, usted no sabe lo peligroso que es enamorarse de una mujer como yo, gastada por la experiencia, desilusionada, aburrida!... Fuera una crueldad, de la que no quiero hacerme responsable, unir mis treinta y siete años con sus veinte. ¡Tengo lástima de su juventud y no quiero mezclarla con mi vejez!

Calló un momento, ahogada por la emoción, sin fuerzas para continuar hablando.

—Y supongamos,—¡la carne es frágil!— que yo me enamorase de usted.

Se llevó las manos a la cabeza, como horro rizada de aquella idea.

—¡Oh, no quiero ni siquiera pensarlo! Usted no sabe como aman las mujeres a mi edad. Con toda el alma y con todo el cuerpo. Y yo tengo ya derecho a descansar, a vivir solo para mí, sin preocuparme de nadie...

Hizo una pausa, y después continuó, ya algo más tranquila.

—Leo en su pensamiento como en un libro abierto. Sí, ya sé lo que va usted a decirme: que exagero, que estoy en lo mejor de mi edad, que soy aún joven y hermosa. ¡Lo que se dice siempre en estos casos!

Se interrumpió para sonreírse.

—Y acaso tendría usted razón al hablarme así. Todavía soy, todavía puedo parecer agra dable a los hombres... Pero ya he comenzado a bajar la cuesta, mientras usted a penas si ha comenzado a subirla. Nos separa un abismo; el abismo de los años. Hoy, y gracias a la buena voluntad que parece usted tenerme, todavía puedo parecerle joven y hermosa... Pero, ¿y mañana?

Y yo no soy capaz de consentir, ¡soy muy orgullosa!, que llegado el momento inevitable de la desilusión, continuara usted haciendo como que me quería... ¡No, yo no me siento capaz de sufrir semejante humillación!

En una palabra, amigo mío; he entrado ya en la segunda juventud de que hablan los poetas. Soy casi una anciana. Ya le he dicho a usted que tengo la cabeza casi blanca. Míreme usted, yo se lo ruego, como me miran los de más, y ya verá usted como me encuentra algo vieja.

Y sonriéndose, aproximó su cara, pálida aún por la emoción, a la cara del joven.

El la estrechó contra su pecho sin decir pa labra, y ella se dejó abrazar sin oponer resistencia alguna.

—¡Ay, niño mío, qué loco eres y qué loca soy! Pero prométeme que me has de amar siempre, siempre...

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