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Miguel Sawa

"La mujer del autor"

(Amor)

Biografía de Miguel Sawa en Wikipedia

 
 
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Música: Mendelssohn - Song Without Words, Op. 19, No. 6
 
La mujer del autor
 

Acababa de terminar el segundo acto de la obra, y el público, aburrido y nervioso, se dirigía al foyer a desahogar su mal humor.

No había discusiones; en todos los grupos se trataba sin piedad al pobre autor que, muerto de miedo, recorría el saloncillo de la dirección, interrogando febrilmente a sus amigos.

—La verdad, ¿cómo recibe el público mi obra?

Todos se excusaban de contestarle.

—Hasta ahora, ni bien ni mal... La gente está algo fría, algo reservada... Ya veremos si cambia en este último acto...

El poeta insistía, temblando de emoción.

—¿Pero cómo se me trata? ¿Es que no se me discute siquiera?

—El público espera a que termine la obra para dar su opinión... Eso sí, está arma al brazo. Pero ¡qué diablo! no hay que desanimarse. Todavía no puedes dar por perdida la batalla.

Y le estrechaban cariñosamente la mano, no sabemos si para animarlo o dándole por anticipado el pésame.

—¡Valor!

* * *

No, no parecía muy interesada en el éxito de la obra. Asomada a su palco, alegre, sonriente, sin apenas prestar atención a las palabras que le dirigían, escudriñaba todo el teatro con sus pequeños gemelos de nácar.

—Ha venido muy buena gente... mi marido no podrá quejarse...

El telón se alzó pausada y solemnemente. Comenzaba el tercer acto, el último de la obra. Se hizo en seguida el silencio, y el público se dispuso a oir.

La mujer del autor charlaba mientras tanto con su acompañante, sin preocuparse de lo que pasaba en escena.

—Me gustan mucho los estrenos... Mi marido no quería que viniese. «Mira, si la obra fracasa—y puede fracasar—pasarías un mal rato.» Pero yo insistí tanto y tanto, que logré convencerlo. ¡Y he venido sólo por tí, créeme, por verte!... No, ya sé que mi conducta es infame, que no merezco perdón de Dios. Pero yo no soy, no debo ser responsable del amor que te tengo... ¡Si tú supieras los esfuerzos que he hecho por olvidarte... Pero siempre resultó vencida en esta lucha de mis sentimientos. Sí, yo tengo la voluntad de amar a mi marido, y, sin embargo, sólo puedo amarte a tí... ¡Mira si soy desgraciada, si soy digna de compasión!

Se habían retirado al fondo del palco, sin preocuparse ni poco ni mucho de la representación.

—¡Oh, vida mía!—Y la besaba las manos, no encontrando palabras con qué expresar sus sentimientos.

* * *

El público, aburrido, comenzaba otra vez a impacientarse. Ya nadie se fijaba en la escena. En los palcos se hablaba en voz alta y se reía a carcajadas.

De pronto se oyó una voz que decía:

—¡Esto es de una inmoralidad repugnante!

Entonces se inició el desfile. Las señoras, corridas de vergüenza, se atropellaban unas a otras para salir cuanto antes de la sala.

Un crítico de profesión, puesto en pie y rodeado de sus amigos, juzgaba la obra a gritos, nervioso de indignación.

—¡Insoportable, sí, digo que insoportable! El público no puede honradamente transigir con ciertas inmoralidades. No, no es posible traer al teatro asuntos tan escabrosos. Ya lo ven ustedes; la gente se va para no oir la obra. Declaro que hay muchas mujeres que engañan a sus maridos. Pero el público, y hace bien, no se resigna a ver en escena el espectáculo del adulterio. El teatro debe ser escuela de moral y no de malas costumbres. Si, insisto en que esta obra no es digna de que la vean nuestras hijas...

***

Cuando cayó el telón, el teatro se hallaba casi vacío. No hubo aplausos ni protestas. El silencio frío de los grandes fracasos.

Y allá, ocultos en el fondo del palco, la mujer del autor y su amante, indiferentes ante la catástrofe, con las manos cogidas, tartamudeaban estremecidos las frases eternas del eterno amor.

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