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Miguel Sawa

"La despedida"

(Amor)

Biografía de Miguel Sawa en Wikipedia

 
 
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Música: Mendelssohn - Song Without Words, Op. 19, No. 6
 
La despedida
 

Maquinalmente se arrojó sobre una butaca — ¡una fuerza que se desploma!—ahogado, convulso, y se llevó las manos al pecho, sintiendo que le faltaba la respiración.

—¡Dios mío! ¡Dios mío!

Ocultó la cabeza entre las manos y se echó a llorar.

El acceso de dolor duró muchos minutos, mucho tiempo... Después se sintió aliviado. Ya podía respirar. Se secó las lágrimas con las manos.

—¡Ay, madre mía!

Luego se puso en pie y recorrió a grandes pasos la habitación.

Estaba muy débil, muy falto de fuerzas, pero tenía necesidad de andar.

De pronto, se detuvo, y fijó sus ojos febriles, ojos de loco, en una silla dorada que yacía en el suelo.

—¡Ya no volverá a sentarse más en ella!

Y con voz semejante a un sollozo:

—¡La he perdido para siempre!

Le parecía verla aún, pálida, convulsa, los ojos llenos de lágrimas... ¡la virgen de las Angustias! diciéndole, entre suspiros y besos:

—¿Ves? ¡Te quiero mucho!

Y luego, de pronto, abrazándosele al cuello, con voz desfallecida y angustiada:

—¡Pero todo ha terminado entre nosotros! ¿Qué puedo hacer yo...? Mira, hay fuerzas misteriosas que me arrastran, que me llevan lejos de tí. ¡Yo quisiera resistirme, yo quisiera luchar, pero no puedo!... ¡Ay, los lazos del deber qué fáciles y qué difíciles de romper son! ¡Cuánto oprimen y cuánto pesan! Mira, él se llevará mi cuerpo, pero contigo quedará mi alma. ¡No llores! ¿Cómo convencerte que sería tuya si bastase la voluntad?

Y lúgubremente, en voz baja, temerosa de ser oída:

—¡Te amo, pero todo ha terminado entre nosotros!

Y no sabiendo ya qué decir, se echó a llorar.

Luego se puso en pie, y nerviosamente, con movimiento brusco, se ató las cintas del sombrero.

—¡Adiós!... ¡Para siempre!

El cayó de rodillas y la llamó suplicante.

—¡Ven! ¡Todavía no!...

Ella se detuvo al oirlo y se arrojó de nuevo en sus brazos.

Pero de repente corrió hacia la puerta.

—¡Adiós! ¡Adiós!

Y él, ¡insensato!, la había dejedo ir.

Sí, todo había concluido, ya no volvería a verla más.

Hizo esfuerzos desesperados por llorar, pero las lágrimas no acudieron a sus ojos.

Vacilando, ebrio de dolor, se dirigió ai balcón, ansioso de respirar el aire fresco de la noche.

El cielo estaba negro. ¡Sombras, tinieblas por todas partes!

Un sollozo de frenética angustia surgió de su boca.

— ¡La he perdido para siempre!

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