Miguel Sawa en AlbaLearning

Miguel Sawa

"Humoradas"

(Amor)

Biografía de Miguel Sawa en Wikipedia

 
 
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Música: Mendelssohn - Song Without Words, Op. 19, No. 6
 
Humoradas
 

—Señor marqués, hablemos con franqueza. Ni usted ni yo, desgraciadamente, estamos en edad de jugar a los amores. Yo soy casi una anciana. Sí, no se ría usted; casi una anciana. El día menos pensado amanezco con la cabeza blanca y la cara llena de arrugas. He comenzado a padecer ya todos los síntomas de la vejez: prefiero la novena al teatro, y la amistad de las mujeres a la de los hombres. Antes consideraba a mi marido como un amante, y ahora lo considero como un buen amigo. Además, me he hecho egoista y he dejado de ser coqueta. Obro por cálculo, y pienso y siento con la cabeza... Creo que se me ha atrofiado el corazón. En una palabra: tengo cerca de cincuenta años. ¡No atente usted a la virtud de una anciana!

Era el anochecer, y por los cristales del balcón se filtraba un último rayo de sol, coloreando débilmente, con su pálida luz, el interior del gabinete.

—Mire usted—añadió Mercedes—la luz se extingue, la tarde muere...

Y poniéndose súbitamente seria:

—¿Qué hora es?

—Las siete.

—¿Las siete? Pues bien, amigo mío, el horario de nuestra vida señala ya las seis y minutos...

Y echándose a reir:

—¡La aurora se ha convertido en crepúsculo!

—¡Pero qué burlona es usted!—exclamó el marqués verdaderamente irritado.

—No; hablo con entera formalidad. Yo soy de esas mujeres que tienen el talento de no hacerse ilusiones, y como no engaño a nadie, creo que tengo el derecho de procurar no ser engañada.

—De modo, que duda usted...

—Sí... ¿Por qué negarlo? Tengo la seguridad de que no es usted sincero. Acaso esté equivocada. ¡Oh no tengo la pretensión de ser infalible! Pero, ¿qué quiere usted? Soy algo incrédula.

El marqués, muy serio, la escuchaba en silencio, mordiendo nerviosamente el puño de su bastón.

—Pero, ¿por qué duda usted de mis palabras?

Mercedes sonrió nuevamente.

—Amigo mío, ¿le parece a usted que mudemos de conversación?

El marqués protestó.

—¡Pero es posible que se niegue usted a contestarme!

—Creo que no tiene usted derecho para formular semejante queja. Hace dos horas que estamos debatiendo con la seriedad que el caso requiere su pretendido enamoramiento. No me negará usted que he sido franca, y que desde el primer momento le he dicho con entera sinceridad que no podía acceder a sus pretensiones. Creo que a mi edad las mujeres pierden el derecho de ser coquetas.

— Sí, pero no me negará usted que no he podido obtener una explicación que justifique su negativa.

—¡Una explicación! ¡Pero usted no considera que sumados los años de usted y los míos, dan un total de cerca de un siglo. Hay que desengañarse: ¡estamos en disposición de ser jubilados!

El marqués se creyó en el deber de protestar.

—¡Pero eso no es una explicación; eso es una burla!

—¿No le convencen a usted mis razonamientos?

—¡Qué han de convencerme!

Entonces Mercedes señaló con ademán trágico hacia un enorme retrato que pendía de la pared.

—¡Tengo el honor de presentarle a usted a mi marido!

El marqués se encogió de hombros.

—Supongo que no tendrá usted la pretensión de hacerme creer que después de catorce años de matrimonio continúa usted enamorada de su esposo.

—¿Y por qué no?

Entonces el marqués se levantó.

—Veo, señora, que hoy no está usted en disposición de comprenderme.

—Es posible; quizás otro día...

Se estrecharon las manos.

—Y como despedida—añadió el marqués— le recordaré a usted una humorada de Campoamor, que yo suscribiría de buena gana con mi firma.

Y recitó con tono verdaderamente cómico:

«Por tí mi corazón cayó en la cuenta de que hay fiebres de amor a los sesenta.»

—¡Oh, muy bonita!—exclamó Mercedes.— Pero, ¿qué le parece a usted esta otra?:

«El amor que más quiere, como no viva en la abstinencia, muere.»

Y tendiendo graciosamente la mano al atribulado marqués:

—Adiós. Ya sabe usted que somos amigos.

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