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Miguel Sawa

"Horas tristes"

(Amor)

Biografía de Miguel Sawa en Wikipedia

 
 
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Música: Mendelssohn - Song Without Words, Op. 19, No. 6
 
Horas tristes
 

Las bujías, medio consumidas, alumbraban mal; la luz blanquecina de la alborada se filtraba por los cristales de los balcones disipando las sombras... Había comenzado a amanecer.

La condesa, soñolienta y malhumorada, de pie delante del espejo, se miraba atentamente, estudiándose...

Dieron las cuatro.

La joven hizo un gracioso mohín de sorpresa, llevóse las manos a la boca pam ahogar un inoportuno bostezo, revelador de su aburrimiento, y murmuró con voz débil, semejante a un quejido:

—¡Las cuatro!

Sobre los muebles de la habitación yacían amontonadas las ropas; los frascos del tocador, destapados, dejaban escapar sus perfumes enrareciendo la atmósfera...

—¡Si yo pudiese dormir!...

Y, perezosamente, arrastrándose, las ropas desceñidas, el cuerpo fatigado, enervada e insomne, la condesa se dirigió a uno de los rincones de la habitación, dejándose caer sobre una silla.

Después extendió los pies, apoyó la cabeza en la pared, se cruzó de brazos y suspiró fatigosamente.

—¡Ese hombre me engaña!

Y recordó la solicitud forzada de su amante durante toda aquella noche, sus atenciones estemporáneas, las frases, más pensadas que sentidas, con que había tratado de alucinarla...

—El amor fingido es como las monedas falsas, que engañan a contadas personas... Ese hombre es un buen actor, pero representa una mala comedia...

Y profundamente afectada, se interrogó a sí misma:

—¿Pero por qué habrá dejado de quererme?

Hizo un escrupuloso examen de conciencia, su pensamiento descendió hasta su corazón, buscando en vano la solución del tremendo problema.

—¡Bah! Quizá se haya cansado.

Y después de una corta pausa, durante la cual se acentuó la tristeza de su semblante, añadió fríamente:

—Acaso yo me haya cansado antes que él...

De pronto se puso en pie, y fijó la mirada en su lujoso traje de baile, que yacía arrojado sobre una silla.

—He debido llamar a la doncella.

Luego, vencida por el cansancio, se dirigió a su alcoba, tarareando una canción.

Al descorrer las cortinas de la cama un suspiro de angustia se escapó de su pecho.

—¿Pero por qué habrá dejado de quererme ese hombre?

Y, como contestación a su pregunta, se echó a reir nerviosamente.

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