—¡La felicidad! ¿Quieres saber lo que es la felicidad? Parodiando al poeta, yo podría contestarte que la felicidad eres tú.
Mira; cuentan de un hombre que se propuso descubrir la fantástica tierra donde se oculta esa misteriosa hada depositaria de la dicha.
Aquel iluso subió a la montaña y descendió al llano; no hubo palmo de tierra donde no se posasen sus pies, y al interrogar a los hombres a quienes hallaba al paso:—«¿Cuál es el camino que conduce a la felicidad?»—recibía siempre esta irónica respuesta :—«Aquí cerca... más adelante.»—Y al llegar al sitio indicado: —«Más lejos... un poco más allá...»
¡Ay! Y a ese «más allá» que le señalaban al viajero, no se llega nunca, por mucho que se ande. El camino que conduce a esa tierra de promisión, se prolonga, se alarga cada vez más, no tiene fin, no tiene término, es inmenso como el infinito.
Y mira, ese trágico viajero simboliza de modo perfecto a la humanidad.
Nuestra vida se reduce a correr ansiosamente tras engañosas ilusiones, tras dichas fingidas, tras necias esperanzas... El hombre es un peregrino eterno.
Pero yo soy un desengañado y estoy decidido a conformarme con mi suerte y a no correr ya tras locos imposibles.
El gran secreto de la vida consiste en no desear lo que no se puede obtener. Y te digo que ya estoy harto de andar, que mi cuerpo necesita reposo, y que he resuelto sentarme a descansar en el camino y no volver a emprender la marcha sino a pasos contados. Sí; basta ya, por Dios, de inútiles trasiegos.
Escucha: repíteme nuevamente que me quieres.
No hay nada que suene mejor al oído como la palabra de amor. ¡Oh! La combinación rítmica de estas sílabas: «te quiero mucho, mucho...» Hay frases que tienen el sabor y la sonoridad especial del beso. Repíteme que me quieres y creeré en la felicidad.
Lejos de nosotros, los hombres libran encarnizada batalla por conseguir la realización de sus aspiraciones. Pero por cada deseo satisfecho surgirá en ellos una ambición nueva.
La lucha por la existencia no es tan ruda como la lucha por el ideal.
Pero nosotros preferimos ya el papel de espectadores al de comediantes y no queremos servir más de personajes en el drama de la vida.
Ven, alma mía, y apoya tu cabeza sobre mi pecho, y deja que estreche tus manos entre mis manos, y que respire tu aliento, perfumado y fresco como la brisa del campo.
|Sí! ¡La felicidad es el amor!
¡Desgraciado de aquel que no ha sido amado nunca! |