—¿Que me quieres mucho? Bueno, bebe y calla. Mira, ¿a qué engañarnos? Ese pobre corazón tuyo es como la tierra estéril cansada de dar fruto... Has amado mucho y ya no eres capaz de volver a amar. No... no me interrumpas. Estás extenuada, estás harta... ¡Ay, la semilla del amor no puede prender ya en tu pobre alma! Eres infecunda. Bebe y calla.
¿Pero lloras! ¡Bah! lágrimas de mujer, tan fáciles como falsas.
Mira, yo también estoy cansado y aburrido como tú... Quise a una mujer y me engañó. ¡Ya ves qué infamia! Probablemente a tí te habrá ocurrido lo mismo, te habrán engañado también. Es lo que pasa siempre. Los hombres nos dedicamos a engañar a las mujeres, y las mujeres se dedican a engañar a los hombres. Por eso yo no creo en tí, ni tú tampoco debes creer en mí. Consolémonos mutuamente y no tratemos de engañarnos.
Sí, llora... Prefiero tus lágrimas a tus abrazos. Cada caricia tuya va seguida de un bostezo. Debes sufrir mucho. Te digo que me inspiras verdadera lástima.
Deja que me arrodille a tus pies y que rinda culto a tu dolor. No, no te tapes la cara con las manos. Quiero verte y admirarte. ¡Qué pálida estás!
Así, abrazado a tus rodillas, me siento muy bien... ¡Si yo pudiera llorar como tú! Es muy triste eso de no tener lágrimas y llorar siempre para adentro.
Siento un goce extraño al revelarte mis penas. Mira, yo no tengo nadie que me quiera; estoy sólo en el mundo... Nadie que me quiera, ni madre, ni hermanos, ni amigos...
¡Ay, pobre mujer! ¿quién será el Moisés que haga brotar agua de tu seco corazón?
¿Pero a qué hablarte de estas cosas si no me comprendes? Mis palabras te producirán sueño, ¿verdad? Te aburres y me aburro... ¡Oh, la vida!
Pero mira, yo tengo necesidad de que me oigas. Nada más natural que la queja en el que sufre. Y yo sufro mucho... Ya ves, es lógico que me queje...
¡Así! ¡estréchame sobre tu pecho! No, pero no me beses... ¿A qué esos halagos, esas caricias de enamorada? Evítate el trabajo de engañarme. Te quiero indiferente mejor que pérfida. Pero eres mujer y no puedes por menos de fingir. Perdóname... estoy loco... ¡Te exigía que abjurases de tu sexo!
Sí, retira el vino... ¡Oh, esa horrible bebida negra me es infiel también, también me engaña! Me he llevado el vaso a los labios y lo he apurado con el ansia del sediento; y ya ves, no he logrado olvidar... El vino alegra y embriaga a los seres felices, y entristece y desespera a los desgraciados...
Acabo de ver lágrimas en tus ojos.
Me compadeces... acaso me quieres un poco... ¡Ay, pobre mujer, tú también sufres, y sin embargo callas! ¡Ven de nuevo a mis brazos! El dolor nos ha unido... Quizá algún día podamos curar las heridas de nuestras almas... Sí, en la vida todo es perecedero y mezquino, no hay nada eterno, ¡ni aun el dolor! ¡Ven a mis brazos!
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