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Miguel Sawa

"Día de fiesta"

(Amor)

Biografía de Miguel Sawa en Wikipedia

 
 
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Música: Mendelssohn - Song Without Words, Op. 19, No. 6
 
Día de fiesta
 

Aquel domingo se levantó mi mujer muy temprano, casi al amanecer. Le pregunté a qué se debía este milagro, y ella me respondió gozosa que era día de fiesta y teníamos que madrugar.

—¡Madrugar! ¿Y para qué?

—¡Toma! para irnos de paseo.

Me eché a reir. Pero ella, sin hacer caso de mi risa:

—¿Qué vestido te parece que me ponga?

Yo la miraba con ansias de enamorado, sin pronunciar palabra. ¡Cuidado que mi Carmen era bonita! Buenos deseos me daban de saltar de la cama y comérmela a besos, y estos deseos debían salírseme de los ojos, cuando ella me dijo con voz emocionada, riéndose sin embargo:

—¿Qué me miras? ¡Parece que quieres comerme!

¡Y vaya si me la hubiera comido!

Pero ella me interrumpió a lo mejor de mi deliquio, gritando alegremente:

—¡Arriba, perezoso!

Y como yo tratara de protestar:

—¡Eso! ¡date tono! ¡Si tú tienes más ganas que yo!

Quise rebelarme, pero no me fue posible; mi mujer se dirigió a la cama, y tapándome la boca con una de sus manos, me repitió una frase que había aprendido sin duda en los papeles:

— ¡Queda terminada esta discusión!

No tuve más remedio que someterme. Separé dulcemente de mis labios aquella manecita, que por lo fina parecía hecha de seda, y después de estrecharla un rato entre las mias y cubrirla de besos, salté de la cama.

* * *

Cogidos del brazo, como es usanza entre recién casados, nos dirigimos a la Florida.

Durante todo el camino fuimos charlando. ¡Qué placer más grande hablar por hablar!

Ella me escuchaba con mucha atención y me interrumpía a lo mejor para decirme.

— ¡Pero cuánto sabes!

Por fin llegamos a la Florida. Aunque mi Carmen sentía algún cansancio, según me manifestó, quería ver al Santo antes de merendar, (siempre había tenido gran predilección por San Antonio), y no hubo más remedio que entrar en la iglesia.

De seguro que si mis compañeros de taller me hubiesen visto, se hubieran reído de mí. Pero afortunadamente no había por allí ningún conocido. ¡Entrar un librepensador en la casa de Dios! ¡Pero qué cosas nos obligan a hacer las mujeres!

Después merendamos. La verdad es que los dos teníamos buen apetito y que la tortilla de jamón y la ensalada de escabeche que comimos nos supo a gloria.

¡Ea! ahora a dar otro paseo y a bailar un poco.

* * *

Por fin llegó la hora de retirarnos. Regresamos a pie y cogidos del brazo.

¡Qué corto se nos hizo el camino!

Cuando llegamos a casa, mi mujer me dice, suspirando lánguidamente, que está muy cansada.

Yo por hablar algo, y no sin mi miajita de intención, digo que después de comer debemos acostarnos y que de esa manera se nos quitará el cansancio.

Y así lo hacemos.

Mi mujer apaga la luz para desnudarse. Es una costumbre que en los dos meses que llevamos de casados no he podido quitarle.

Antes de acostarse me dice riendo:

—¡Qué bien vamos o dormir esta noche!

Yo le contesto:

—¡Sí; qué bien vamos a dormir!

Y sin saber por qué me siento satisfecho de mí mismo, y le declaro a mi mujer que soy muy feliz, todo lo feliz que puede ser un hombre...

Ella se echa a reir.

—¡Sí; pero no tanto como yo!

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