iOh, la vieja picardía, maestra de donaires y cantera inagotable del ingenio! ¡Cuántos capítulos guarda en sus antologías que valen la pena de ser recordados en todos los tiempos! En gracia de mis lectores quiero recordar este suceso que ya antes de ahora ha sido pasado por el tamiz de algún príncipe de la gorja y el bureo.
Érase que se era un matrimonio recién casado y muy metódico en usos y costumbres de su nueva conuicion, puesto que ella era una gentil beática que nunca pareció entender más que de sus devociones, y él un sacristán de monjas que no entendía de otra cosa que de sus santos y de tocar a misa. De asistir la muchacha un día y otro a la iglesia donde aquél prestaba sus menesteres vino el conocerse, y yendo por los pasos contados de un honesto noviazgo embocaron en la numerosa orden del matrimonio.
Con licencia de la Santa Madre Iglesia tomaron posesión de sus personas como ya habíanla tomado de sus corazones, pero con tanta oarsimonia por parte de la novia, que apenas si ponía de su parte para que las ansias del novio lograsen el deseado regodeo. Una estatua de mármol no se hubiera conmovido menos.
Acaeció que para cobrar cierta inesperada herencia que se les vino a las manos, tuvieron necesidad de hacer un viaje a no se me acuerda qué tierras de Andalucía. Pusiéronse en camino una mañana, caballeros en dos reverendas muías del convento, y como el tiempo era bueno se hizo fácil el camino y en menos tiempo del que pensaban llegaion a la sierra andaluza.
Por entendido se calla, teniendo en cuenta el poco tiempo que llevaban casados, que en cuantas ventas y paradores que hallaban al paso hacían detención, más que por necesidad de descanso, por revolcarse un poco, y a las veces ni tanto esperaban, pues la soledad de un bosquecillo y el escondrijo de unos jarales también se lo consentía.
El sacristancico portábase como bueno, pero la linda sierva de Dios, aunque no daba muestras de desagradarle, no ayudaba cosa en los embites y asaltos de aquel combate de amor en campos de lana y aun de borra y guijarros. Con ello el marido desesperábase no poco, pues todo el peso de la lucha estaba a su cargo. Quiso la malaventura de sus mercedes, que en una encrucijada saliérales al paso una partida de ladrones, que les desvalijó muy bien.
No teniendo cosa que quitarles, parecióles muy bien la moza para holgarse un rato, y porque el marido no les estorbase el regodeo y por darle dentera, (que nunca los facinerosos fueron bien intencionados), amarráronle a una robusta encina.
Comenzando por el capitán y acabando por el motil, que sumaban siete fieras, todos arremetieron sobre la moza, quien movíase en la danza como la más desenvuelta danzarina de zarabandas. Hecho el mal recado, fuéronse, dejando a la pobre pareja sin blanca y con aquella afrenta.
El marido, así como fué desatado por su propia mujer, comenzó a decirle:
—Pues, perra, ¿cómo ahora poco estabas tan ágil con esa canalla, y conmigo pareces de plomo?
—Aun me lo habías de agradecer, antes que reprendérmelo — replicó airada la mujer-que antes lo hacía así de honrada que de pecadora, pues a gente infame, hay que despacharla pronto.
Publicado en “Flirt" Madrid en 1922 |