A 8 días del mes de Septiembre de 1628 acaeció el suceso insólito y espantable para las almas débiles, de que tomara el Demonio por suyo el monasterio de monjas «benitas» que hasta habrá poco alzóse en la calle del Pez.
Era priora de aquella santa casa doña Teresa de Silva, espléndida y arrogante dama que comenzaba a entrar en el otoño de su vida, y tenía encomendada la dirección del manso rebaño que Dios la confiara, al doctísimo y virtuoso capellán Fray Francisco Calderón, del que nacíanse lenguas las beatas del barrio. Su reverencia no había gusto como el de platicar a solas con la reverenda madre unas veces en el santo tribunal de la penitencia, pero las más en la celda abadial, bien apartados de los ruidos del mundo; y si no alongaba más estas entrevistas era porque también las demás esposas del Señor habían menester del consuelo y guía de su paternidad.
Mas he aquí que el Enemigo que nunca descansa, tomó aposentamiento en una de las madres más bizarras. Toda la comunidad andaba fuera de tino mirando cómo poner remedio a tan impensada desgracia. El día entero pasábalo con la posesa el celoso capellán y apenas si quedábale espacio para atender a sus piadosos menesteres con las demás madres, las cuales como habían quedado sin el auxilio reconfortante de su director, comenzaron a embaular diablicos en los garridos cuerpos hasta que el infierno entero parecía haberse trasladado al monasterio de la calle del Pez.
La misma priora fue tomada por el más audaz de todos los diablos, al que diese en llamar Peregrino, quien tentándola por donde suele entrarse el pecado mortal, hacía más deshonestidades que una coima del barrio de las Huertas que eran las más finas y diestras de toda la Villa.
El docto varón bastaba para satisfacer las ansias... espirituales de todo el místico rebaño trocado en deshonesto gallinero. Exorcizaba todos los días el convento y no dábase paz ni reposo en estar siempre sobre las endemoniadas. Tan extraño suceso rompió la clausura y salió a la calle, pues treinta mujeres consagradas a Dios y cada una con un diablillo dentro (sin más ventaja que corriendo los meses pudiese florecer en algún angélico) era muy extraordinario para que no llamase la atención de la gente seglar. De esta manera transcurrieron más de tres años hasta que la Inquisición tuvo a bien de tomar cartas en el asunto, comenzando por encarcelar a la abadesa y algunas de as más intensamente endiabladas.
Luego de muchas informaciones y providencias, recayó sentencia (dos años más tarde) contra Fray Francisco, condenándole a reclusión perpetua y privación de ejercer ningún cargo, ayuno a pan y agua tres días de cada semana y dos disciplinas circulares. Aunque por decencia de la clase eclesiástica no se cumplieron estas penas y tornaron las monjas a su antigua vida, bien merecidas tenía el bellaco del fraile las incomodidades sufridas durante el proceso. Tal vida no se la dio nunca un sultán de Turquía ni un Bajah de Egipto.
Publicado en “Flirt" Madrid en 1922 |