Menzigüela y Blasillo, mozos al servicio del tío Anselmo, el rico de tíamarma, andaban en vísperas de casarse, felice suceso que habría de tener floración en llegando el día de San Miguel, a fines de septiembre, que es cuando en los pueblos y lugares castellanos se hacen los ajustes de la labor entre amos y criados.
Menzigüela era una moza de buen rejo, cara rolliza y cuerpo bizarro, alta de pechos y tan ampulosa de caderas, que parecía una yegua cordobesa.
Puesta en el trabajo no le hacía ascos al menester casero, y como aquella inmortal «Dulcinea» que anda en las páginas del mejor libro que se escribió en lengua castellana, sabía abrazarse muy bien con un costal de trigo, cuyo contenido, cribado luego por sus manos gordezuelas, no parecía sino granos de oro.
Blas era un buen hombre, cumplido y trabajador, de tan recia complexión, que a tirar a la barra no había quien le ganase entre todos los mozos de la comarca; pero de tan contadas palabras, que para sacarle las pocas que era capaz de pronunciar, era menester Dios y ayuda.
Diz que los coloquios de entrambos amadores pudiera escucharlos un fraile cartujo, sin añorar el silencio que recomienda la rigurosidad de su estrecha regla. La Menzigüela se daba por contenta con estar a la vera de su buen mozo, que es verdad que lo era por modo extremo.
Lo más que hacía el galán, cada vez que por bajo de la manta, colgada en la reía, veía brillar los ojos de su dama o tropezaba su mano con alguna morbidez, era decirle:
—La noche de la boda te voy a hacer astillas.
Tal era de ordinario toda su devoción amorosa y de ahí no le sacaban ni con maromas.
Llegó el apetecido y deseado día de San Miguel. Celebróse la boda de la que el tío Anselmo fue padrino, y a su costa hubo arroz y gallo muerto para todo el vecindario. Se bailó y holgó de lo lindo, y poco después de anochecer escabulléronse ios novios a buscar las pajas de su nido.
Fuera del cansancio del día, o la emoción o la novedad, lo cierto es que Blas, apenas dio en los blandos colchones, se quedó dormido, y la Menzigüela amanecido tan soltera como se levantó aquel día. Con la misma unción y verdad que la madre de Cristo pudiera escuchar la salutación del Arcángel San Gabriel.
En cuanto al novio, apenas se despertó, no se acordó de nías que tenía que ir al trabajo y había quien le preparara el condumio que llevara al campo, y así fueron sus primeras palabras apenas abrió los ojos:
—Menzigüela. ¿Hazme preparado el almuerzo?
A que respondió la moza volviendo toda desnuda la opulenta y apetitosa tornafaz:
—Sí, ya está hecho con las astillas que has partido esta noche...
Publicado en “Flirt" Madrid en 1922 |