Capítulo 23
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Confesiones |
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CAPÍTULO 23 |
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Potestad del hombre espiritual |
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33. En cuanto a que juzga todas las cosas, es lo mismo que decir que tiene potestad sobre los peces del mar, y las aves del cielo, y todas las bestias y fieras, y toda la tierra, y todos los reptiles que reptan sobre la tierra. Esto lo ejecuta por la inteligencia, por medio de la cual percibe las cosas que son del Espíritu de Dios. Mas, por el contrario, el hombre constituido en tal honor no lo entendió, siendo comparado con los jumentos insensatos y hecho semejante a ellos. Pero en tu Iglesia, ¡oh Dios nuestro!, conforme a la gracia que tú le has dado, porque somos obra de tus manos, creados para obras buenas, tanto los que espiritualmente presiden como los que espiritualmente obedecen a los que presiden pues tú hiciste al hombre de este modo varón y mujer según tu gracia espiritual, en la que ya no importa sexo corporal de varón y mujer, por no haber judío, ni griego, ni esclavo, ni libre; tanto, digo, los que presiden como los que obedecen, juzgan ya espiritualmente no de los conocimientos espirituales que brillan en el firmamento, porque no conviene juzgar de tan sublime autoridad; ni siquiera de tu mismo Libro, aunque haya algo en él que no luzca; porque sometemos a él nuestra inteligencia y tenemos por cierto aun aquello que está cerrado a nuestras miradas y que está dicho recta y verazmente. Porque el hombre, aunque ya espiritual y renovado por el conocimiento de Dios según la imagen del que le ha creado, debe, sin embargo, ser así obrador de la ley y no juez. Ni tampoco juzga de aquella distinción entre hombres espirituales y carnales, que son, ¡oh Dios nuestro!, bien conocidos para tus ojos, aunque no se nos han manifestado a nosotros con obra alguna todavía para que les conozcamos por sus frutos; pero tú, Señor, ya les conoces, y los has dividido y llamado en secreto antes de que fuera hecho el firmamento. Tampoco juzga el hombre, aunque espiritual, de los turbulentos pueblos de este mundo. Porque ¿qué le va a él en juzgar de los que están fuera, ignorando quién vendrá de allí a la dulzura de tu gracia y quién permanecerá en la perpetua amargura de la impiedad? 34. Por eso el hombre, a quien tú hiciste a tu imagen, no recibió potestad sobre los luminares del cielo, ni sobre el mismo cielo invisible, ni sobre el día y la noche, que llamaste antes de la constitución del cielo; ni sobre la congregación de las aguas, que es el mar; sino que la recibió sobre los peces del mar, y las aves del cielo, y todas las bestias, y toda la tierra, y todos los reptiles que reptan sobre ella. Porque él juzga y aprueba lo que halla recto, y, al contrario, desaprueba lo que encuentra vicioso, sea en aquella solemnidad de rituales con que son iniciados los que tu misericordia busca en las aguas profundas, sea en aquella otra en que es presentado aquel pez que, sacado del profundo, come la tierra piadosa, sea, finalmente, en los signos de las palabras y en las voces sujetas a la autoridad de tu Libro, como revoloteando bajo el firmamento, interpretando, exponiendo, disertando, disputando, bendiciendo e invocándote con signos que brotan y suenan en la boca, para que el pueblo diga: Amén. La causa de que deban ser pronunciadas físicamente todas estas palabras es el abismo mundano y la ceguera de la carne, por la que no pueden ser vistos los pensamientos, siendo necesario hacer ruido en los oídos. Así, aunque se multipliquen las aves sobre la tierra, con todo traen su origen de las aguas. Juzga también el que es espiritual, aprobando lo bueno y reprobando lo malo que hallare en las obras y costumbres de los fieles, de las limosnas como de tierra fructífera, y del alma viva por los afectos domeñados por la castidad, por medio de ayunos y de pensamientos piadosos, por la parte que en ellos toman los sentidos del cuerpo. Porque ahora se dice que juzga de aquellas cosas en las cuales tiene facultad de corregir.
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