Capítulo 18
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Confesiones |
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CAPÍTULO 18 |
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Místicas lumbreras del cielo o alegoría de las actividades apostólicas |
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22. De este modo, Señor, te ruego, de este modo te ruego que nazca —como tú lo haces, y como tú das la alegría y la facultad—, nazca de la tierra la verdad y mire la justicia, desde el cielo, y sean hechos lumbreras en el firmamento. Partamos con el hambriento nuestro pan, e introduzcamos en casa al necesitado sin techo, vistamos al desnudo y no despreciemos a los domésticos de nuestra semilla. A tales frutos nacidos en la tierra atiende, Señor, porque es bueno; y brote nuestra luz mañanera y, obtenido, a cambio de esta inferior cosecha de la acción, la inteligencia de la palabra de la vida superior en las delicias de la contemplación, aparezcamos en el mundo como lumbreras, adheridos al firmamento de tu Escritura. Allí, en efecto, discutes con nosotros, para que hagamos distinción entre las cosas inteligibles y sensibles, como entre el día y la noche y entre las almas dadas a las cosas inteligibles y a las sensibles, a fin de que no seas tú sólo ya el que en lo escondido de tu juicio, como antes de que fuera hecho el firmamento, hagas distinción entre la luz y las tinieblas, sino también tus espirituales [criaturas], colocadas y diferenciadas en el mismo firmamento, luzcan tu gracia manifestada por todo el orbe sobre la tierra, y hagan distinción entre el día y la noche y signifiquen los tiempos, porque lo viejo pasó y ha surgido lo nuevo, y porque ahora está más cerca nuestra salud que cuando creímos, y porque la noche ha precedido y se acercó el día, y porque bendices la corona de tu año, enviando operarios a tu mies, en cuya siembra otros habían trabajado, y enviándolos a otra sementera, cuya mies se recogerá al fin [del mundo]. Así cumples los votos del deseoso y bendices los años del justo, mas tú eres el mismo, y en tus años, que no mueren, preparas el hórreo para los años que pasan. 23. Porque con eterno consejo derramas a sus propios tiempos bienes celestiales sobre la tierra; porque a uno le es dado por el Espíritu la palabra de sabiduría, como a lumbrera mayor, en favor de aquellos que se deleitan con la luz de la verdad clara, como en el principio del día; a otro le es otorgada la palabra de ciencia, según el mismo Espíritu, como a lumbrera menor; a otro la fe, a otro el don de curaciones, a otro el poder de milagros, a otro la profecía, a otro la discreción de espíritus, a otro el don de lenguas todos estos dones [últimos] son como estrellas. Porque todos ellos los obra uno e idéntico Espíritu, que reparte sus dones a cada uno como le place, y hace aparecer estrellas en sitio visible para utilidad de todos. La palabra de la ciencia, en la que están contenidos todos los misterios que cambian con los tiempos, es semejada a la luna; pero la restante lista de dones, que hemos mencionado después como estrellas, cuanto más difieren de aquella claridad de la sabiduría de que goza el precitado día, tanto se hallan más en el principio de la noche. Porque tales dones eran necesarios a aquellos a quienes aquel tu siervo prudentísimo no podía hablar como a espirituales, sino como a carnales, aquel, digo, que hablaba la sabiduría entre los perfectos. Pero como hombre animal, como niño en Cristo que se alimenta de leche, mientras no se robustezca para tomar alimento sólido y fortalezca su vista para contemplar el sol, no abandone su noche, antes conténtese con la luz de la luna y de las estrellas. Estas cosas tienes dispuestas muy sabiamente para nosotros, Dios nuestro, en tu libro, en tu firmamento, a fin de que discernamos todas las cosas con admirable contemplación, aunque sea todavía según los signos, y los tiempos, y los días, y los años.
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