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San Agustín

"Confesiones"

Libro 12

Capítulo 25

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Confesiones

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CAPÍTULO 25

Nadie monopolice el pensamiento del hagiógrafo

 

34. Nadie ya me sea molesto diciéndome: «No intentó Moisés esto que tú dices, sino esto otro que yo digo». Porque si me dijese: «¿De dónde sabes tú que Moisés intentó decir esto que tú afirmas de sus palabras?», debería sobrellevarlo con buen ánimo y responderle tal vez lo que respondí más arriba, o un poco más largamente, si fuese duro de convencer.

Pero cuando me dice: «No sintió aquél lo que tú dices, sino lo que yo digo», y, por otra parte, no niega que sea verdad lo que el uno y el otro decimos, ¡oh vida de los pobres, Dios mío, en cuyo seno no hay contradicción!, derrama sobre mi corazón una lluvia de calmantes a fin de que pueda tolerar a tales individuos, quienes no dicen esto porque sean adivinos y hayan visto en el corazón de tu siervo lo que dicen, sino porque son soberbios; ni es que conozcan el pensamiento de Moisés, sino que aman el suyo, no porque sea verdadero, sino porque es suyo. De otro modo, amarían igualmente lo que es verdadero; como amo yo lo que dicen, cuando dicen verdad, no porque sea de ellos, sino porque es verdadero y, por tanto, no ya de ellos, puesto que es verdad. Pero si aman lo que dicen porque es «verdadero, ciertamente es de ellos, aunque también mío, porque pertenece al común de todos los amantes de la verdad».

Pero que ellos sostengan que Moisés no sintió lo que yo digo, sino lo que ellos dicen, no lo quiero ni lo amo; porque aunque así fuera, semejante temeridad no es hija de la ciencia, sino de la audacia; ni lo es de visión, sino de soberbia. Por eso, Señor, son terribles tus juicios, porque tu verdad no es mía ni de aquél o del de más allá, sino de todos nosotros, a cuya comunicación nos llama públicamente, advirtiéndonos terriblemente que no queramos poseerla privada, para no vernos de ella privados. Porque cualquiera que reclame para sí propio lo que tú propones para disfrute de todos, y quiera hacer suyo lo que es de todos, será repelido del bien común hacia lo que es suyo, esto es, de la verdad a la mentira. Porque el que habla mentira, de lo que es suyo habla.

35. Atiende, ¡oh Juez óptimo, Dios, la verdad misma!, presta atención a lo que voy a decir a este contradictor; atiende, sí, porque hablo delante de ti y de mis hermanos, que legítimamente usan de la ley, cuyo fin es la caridad; atiende y ve lo que digo, si es de tu agrado. Porque a este tal le respondo yo de este modo fraternal y pacífico: «Si los dos vemos que es verdad lo que tú dices, y asimismo vemos los dos que es verdad lo que yo digo, ¿en dónde, pregunto, lo vemos? No ciertamente tú en mí ni yo en ti, sino ambos en la misma inmutable Verdad, que está sobre nuestras mentes».

Pues si no disentimos acerca de la luz misma de nuestro Señor Dios, ¿por qué contendemos acerca del pensamiento del prójimo, el cual no podemos ver, como se ve la inconmutable Verdad; y tanto, que si el mismo Moisés se nos apareciese y dijera: «Esto fue lo que pensé», no lo viéramos aún así, sino que lo creeríamos? Así, pues, no se engría con motivo de lo que está escrito un hermano contra otro por favorecer a un tercero. Amemos al Señor Dios nuestro de todo corazón, con toda el alma, con toda la mente, y al prójimo como a nosotros mismos. Si no creemos que por estos dos preceptos de la caridad sintió Moisés cuanto sintió en aquellos libros, hacemos mentiroso al Señor opinando del alma de nuestro siervo otra cosa de lo que él enseñó.

Ve, pues, cuán necio sea afirmar temerariamente, entre tanta multitud de interpretaciones verdaderas como pueden sacarse de aquellas palabras, cuál de ellas intentó concretamente Moisés y ofender con perniciosas disputas a la misma caridad, por amor de la cual dijo aquél todas las cosas cuyo sentido nos esforzamos por explicar.


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