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San Agustín

"Confesiones"

Libro 12

Capítulo 15

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Confesiones

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CAPÍTULO 15

Creador y creatura

 

18. ¿Acaso diréis que son falsas las cosas que me dice en el oído interior con voz fuerte la Verdad acerca de la verdadera eternidad del Creador: que su sustancia no varía de ningún modo con los tiempos, ni que su voluntad es extraña a su sustancia, razón por la cual no quiere ahora esto y luego aquello, sino que todas las cosas que quiere las quiere de una vez y a un tiempo y siempre, no una vez y otra vez, ni ahora éstas y luego aquéllas; ni quiere después lo que no quería antes ni quiere ahora lo que antes quiso?; porque semejante voluntad sería mudable, y todo lo que es mudable no es eterno, y nuestro Dios es eterno.

¿Asimismo [me diréis que es falso] lo que me dice la Verdad en el oído interior: que la expectación de las cosas por venir se convierte en visión cuando llegan, así como la visión se transforma en memoria cuando han pasado? Porque toda intención que así varía es mudable, y todo lo que se muda no es eterno, y nuestro Dios es eterno. Yo agrupo estas verdades y las junto, y encuentro que mi Dios, Dios eterno, no creó con nueva voluntad al mundo, ni su ciencia puede padecer nada transitorio.

19. ¡Qué decís ahora, oh contradictores? ¿Son acaso falsas estas cosas?

—No —dicen.

—Pues ¿cuál lo es? ¿Es tal vez falso que toda naturaleza formada o materia formable procede de aquel que es sumamente bueno por ser sumamente?

—Tampoco negamos esto —dicen.

—Pues entonces ¿qué? ¿Negáis tal vez que exista una criatura tan sublime que se adhiera a Dios verdadero y de verdad eterno con tan casto amor que, aunque no le sea coeterna, jamás se separe de él ni se deje arrastrar por ninguna variedad ni vicisitud temporal, sino que descanse en la verdaderísima contemplación de sólo él, porque tú, ¡oh Dios!, muestras a quien te ama cuanto mandas, y le bastas, y por eso no se desvía de ti ni aun para mirarse a sí?

Esta es la casa de Dios, no terrena ni corpórea con mole celeste alguna, sino espiritual y participante de tu eternidad, porque no sufre detrimento eternamente. Porque tú la estableciste en los siglos de los siglos; le pusiste un precepto y no lo traspasará. Sin embargo, no te es coeterna, por no carecer de principio al haber sido creada.

20. Ciertamente que aunque no hallamos tiempo antes de ella, puesto que la sabiduría fue creada la primera de todas las cosas, no digo aquella Sabiduría que es, ¡oh Dios nuestro!, totalmente coeterna y parigual a ti, su Padre, y por quien fueron hechas todas las cosas y en cuyo principio hiciste el cielo y la tierra, sino aquella otra sabiduría creada, esto es, aquella naturaleza intelectual que es luz por la contemplación de la luz, porque también, aunque creada, es llamada sabiduría; mas, cuanto es diferente la luz que ilumina de la que es reflejada, tanto difiere la sabiduría que crea de la que es creada, como difiere la justicia justificante de la justicia obrada en nosotros por la justificación; porque también somos llamados justicia tuya, conforme dice uno de tus siervos: ... a fin de que seamos justicia de Dios en él, razón por la cual existe una sabiduría creada antes que todas las cosas, la cual, aunque creada, es la mente racional e intelectual de tu casta ciudad, nuestra Madre, que está allá arriba y es libre y eterna en los cielos; ¿y en qué cielos sino en los cielos de los cielos, que te alaban, porque también éste es cielo del cielo para el Señor?, aunque no hallamos tiempo, digo, antes de ella, por anteceder a la creación del tiempo, ya que es la primera creada de todas las cosas, existe, sin embargo, antes de ella la eternidad del mismo Creador, creada por el cual tomó principio, y aunque no de tiempo, porque todavía no existía el tiempo, sí al menos de su propia creación.

21. Pero de tal modo tiene el ser de ti, ¡oh Dios nuestro!, que es totalmente cosa distinta de ti y no lo mismo que tú. Y si bien no hallamos tiempo, no sólo antes de ella, pero ni aun siquiera en ella —porque es idónea para ver siempre tu faz y no se aparta jamás de ella, lo cual hace que por ningún cambio varíe—, le es, sin embargo, propia la mutabilidad; por lo que se oscurecería y se resfriaría si no fuera que con el amor grande con que se adhiere a ti luciera y ardiese de ti como un eterno mediodía.

¡Oh casa luminosa y bella!, he amado tu hermosura y el lugar donde mora la gloria de mi Señor, tu hacedor y tu poseedor. Por ti suspire mi peregrinación, y dile al que te hizo a ti que también me posea a mí en ti, porque también me ha hecho a mí. Erré como oveja perdida, pero confío ser llevado a ti en los hombros de mi pastor, tu constructor.

22. ¿Qué me decís, contradictores, a los que antes hablaba, y que, sin embargo, creéis que Moisés fue siervo piadoso de Dios y que sus libros son oráculo del Espíritu Santo? ¿No es acaso esta casa de Dios, no digo yo coeterna con él, pero sí a su modo eterna en los cielos, en donde vanamente buscáis cambios de tiempos, porque no los encontráis, puesto que sobrepasa toda extensión y todo espacio voluble de tiempo, para quien es el bien adherirse siempre a Dios?

—Sí lo es —dicen.

—Pues ¿cuál de las cosas que mi corazón gritó al Señor cuando oía interiormente la voz de su alabanza, cuál de ellas, decidme de una vez, pretendéis que es falsa? ¿Acaso porque dije que existía una materia informe, en la que por no haber forma alguna no había ningún orden? Pero donde no había orden tampoco podía haber vicisitud de tiempos. Con todo, este cuasi—nada, en cuanto no era totalmente nada, ciertamente procedía de aquel de quien procede cuanto existe y que de algún modo es algo.

—Tampoco —dicen— negamos esto.


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