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San Agustín

"Confesiones"

Libro 11

Capítulo 2

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Confesiones

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CAPÍTULO 2

Favor divino para entender las Escrituras

 

2. Pero ¿cuándo podré yo suficientemente referir con la lengua de mi pluma todas tus exhortaciones, todos tus terrores y consolaciones y direcciones, a través de los cuales me llevaste a predicar tu Palabra y dispensar tu Sacramento a tu pueblo?

Aunque fuese capaz de referir por orden estas cosas, me cuestan caras las gotas de tiempo y desde antiguo ardo en deseos de meditar tu ley y «confesarte en ella mi ciencia y mi impericia, las primicias de tu iluminación y las reliquias de mis tinieblas», hasta que la flaqueza sea devorada por la fortaleza, y no quiero que se me vayan en otra cosa las horas que me dejen libres las necesidades de la refección del cuerpo, de la atención del alma y de los servicios que debemos a los hombres, y los que no debemos, y, sin embargo, les damos.

3. Dios y Señor mío: está atento a mi corazón y escuche tu misericordia mi deseo, porque no sólo me abrasa en orden a mí, sino también en orden a servir a la caridad fraterna; y que así es, lo ves tú en mi corazón.

Que yo te sacrifique la servidumbre de mi inteligencia y de mi lengua; mas dame qué te ofrezca, porque soy pobre y necesitado y tú rico para todos los que te invocan, y que seguro tienes cuidado de nosotros. Circuncida mis labios interiores y exteriores de toda temeridad y de toda mentira. Tus Escrituras sean mis castas delicias: ni yo me engañe en ellas ni con ellas engañe a otros. Atiende, Señor, y ten compasión; Señor, Dios mío, luz de los ciegos y fortaleza de los débiles y luego luz de los que ven y fortaleza de los fuertes, atiende a mi alma, que clama de lo profundo, y óyela. Porque si no estuvieren aun en lo profundo tus oídos, ¿adónde iríamos, adónde clamaríamos?

Tuyo es el día, tuya es la noche: a tu voluntad vuelan los momentos. Dame espacio para meditar en los entresijos de tu ley y no quieras cerrarla contra los que pulsan, pues no en vano quisiste que se escribiesen los oscuros secretos de tantas páginas. ¿O es que estos bosques no tienen sus ciervos, para que en ellos se alberguen, y recojan, y paseen, y pasten, y descansen, y rumien? ¡Oh Señor!, perfeccióname y revélame tu ley. Ved que tu voz es mi gozo; tu voz sobre toda afluencia de deleites. Dame lo que amo, porque ya amo, y esto es don tuyo. No abandones tus dones ni desprecies a tu hierba sedienta. Te confesaré cuanto descubriere en tus libros y oiré la voz de la alabanza, y beberé de ti, y consideraré las maravillas de tu ley desde el principio, en el que hiciste el cielo y la tierra, hasta el reino de la tu santa ciudad, contigo perdurable.

4. Señor, compadécete de mí y escucha mi deseo. Porque creo que no es de cosa de la tierra, oro, plata y piedras preciosas; ni de hermosos vestidos, honores y poderíos ni de deleites carnales, ni de cosas necesarias al cuerpo y a esta vida de nuestra peregrinación, todas las cuales cosas se dan por añadidura a los que buscan tu reino y tu justicia.

Ve, Dios mío, de dónde es este mi deseo. Me contaron los perversos sus deleites, pero no son como tu ley, Señor. He aquí de dónde es mi deseo. Mira, ¡oh Padre!, mira, y ve, y aprueba, y sea grato delante de tu misericordia que yo halle gracia ante ti, para que a mis llamadas se abran las interioridades de tus palabras.

Te lo suplico por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, el Varón de tu diestra, el Hijo del Hombrea quien escogiste para ti, Mediador tuyo y nuestro, por quien nos buscaste cuando no te buscábamos y nos buscaste para que te buscásemos; Verbo tuyo, por quien hiciste todas las cosas, entre las cuales también a mí; tu Unigénito, por quien llamaste a adopción al pueblo de los creyentes y en él a mí.

Te lo pido por él, que está sentado a tu diestra y te suplica por nosotros, y en el cual se hallan escondidos todos los tesoros de sabiduría y ciencia, los cuales busco yo ahora en tus libros. Moisés escribió de él; él mismo lo dice, y lo dice, la Verdad misma.

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