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San Agustín

"Confesiones"

Libro 9

Capítulo 1

Biografía de San Agustín en Wikipedia

 
 

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Confesiones

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Libro 9

Vase Agustín con su madre y los demás compañeros a la quinta de Verecundo. Renuncia a la cátedra de retórica y se ocupa en escribir libros. Después, a su tiempo vuelve a Milán, donde con Alipio y Adeodato recibe el bautismo. Desde allí dispone volverse a África en compañía de su madre y de los demás. Después refiere la vida de su santa madre y su muerte, acaecida en el puerto de Ostia. Finalmente cuenta piadosa y elegantemente su sentimiento y llanto, como amante y buen hijo de tal madre
 

CAPÍTULO 1

Reconociendo Agustín su miseria, alaba la suma bondad de Dios

 

1. Yo, Señor, puedo decir con David, soy vuestro siervo; yo soy vuestro siervo, e hijo de una sierva vuestra. Ya que habéis hecho pedazos mis prisiones, quiero por tan grande beneficio tributaros sacrificios de alabanzas. Alábeos mi corazón y mi lengua, y todos mis sentidos y potencias digan: Señor, ¿quién hay semejante a Vos? Y Vos, Señor, dignaos respondedme, decid a mi alma: Yo soy tu salud.

¿Quién soy yo y qué tal he sido? ¿Qué les ha faltado de iniquidad a mis obras, cuando no a mis obras, a mis palabras, cuando no a mis palabras, a los deseos y afectos de mi voluntad? Pero Vos, Señor, conmigo procedisteis como bueno y misericordioso: vuestra mano me fue tan favorable y poderosa, que me sacó de lo profundo de la muerte en que estaba sumergido y agotó la maldad de mi corazón, que estaba hecho un abismo de corrupción e iniquidad. Todo esto se reducía a que yo no quisiese ya lo que antes quería, y quisiese lo que Vos queríais. Pero durante toda aquella multitud de años, ¿dónde estaba mi libre albedrío?, ¿de qué profundo y escondido seno hube de sacarlo repentinamente, Redentor y favorecedor mío Jesucristo, para que libre y voluntariamente sujetase mi cerviz a vuestro suave yugo y mis hombros a vuestra ligera carga?

¡Oh, cuán dulce y gustoso se me hizo repentinamente el carecer de unos deleites que no eran más que simplezas y vanidades! Pues si antes me daba susto el perderlas, después me daba gusto el dejarlas. Porque Vos, Señor, que sois la verdadera y suma delicia, las echabais fuera de mi alma; y no solamente las echabais fuera, sino que en su lugar entrabais Vos, que sois dulzura soberana y superior a todos los deleites, aunque imperceptible por los sentidos de la carne y de la sangre; entrabais Vos, que sois más claro, hermoso y transparente que toda luz, aunque más escondido y secreto que todo cuanto hay secreto y escondido; entrabais Vos, que sois más excelso, sublime y elevado que todos los honores, aunque no para aquéllos que se tienen por grandes en sí mismos.

Ya mi alma se veía libre de los cuidados que causa la ambición de las dignidades, la codicia de los intereses, el deseo de saciar sus apetitos y de hallar medios con que avivarlos y excitarlos a los deleites sensuales; y sólo me gustaba hablar de Vos, que sois mi gloria, mis riquezas, mi salud, mi Dios y mi Señor.

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