Capítulo 8
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Biografía de San Agustín en Wikipedia | |
Música: C. Wesley - Pastorale |
Confesiones |
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CAPÍTULO 8 |
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Cómo Agustín se retiró a un huerto de su casa, y lo que en él le sucedió |
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19. Entonces en medio de aquella gran contienda que en lo más íntimo de mi corazón había yo excitado y sostenido fuertemente con mi alma, lleno de turbación, así en el ánimo como en el rostro, me volví hacia Alipio atropelladamente, y exclamé diciendo: ¿Qué es esto que pasa por nosotros?, ¿qué es lo que nos sucede?, ¿qué es esto que has oído? Levántanse de la tierra los indoctos y se apoderan del cielo, ¿y nosotros, con todas nuestras doctrinas, sin juicio ni cordura, nos estamos revolcando en el cieno de la carne y sangre? ¿Por ventura nos da vergüenza el seguirlos, porque ellos van delante de nosotros? ¿Y no tendremos vergüenza siquiera de no seguirlos? Dije no sé qué otras cosas de este modo, y arrebatado del ímpetu de mi interior congoja me aparté de Alipio, que sin hablarme palabra, atónito y espantado, me miraba, ya porque no hablaba yo las cosas que solía, ya porque echaba él de ver que con mi semblante, con las mejillas, con los ojos, con el color, con el tono de la voz, explicaba yo más bien el estado de mi alma que con las palabras y sentencias que decía. Había un pequeño huerto en la posada donde estábamos, del cual como también de toda la casa usábamos libremente, porque nuestro huésped y dueño no habitaba en ella. A este huerto me condujo el desasosiego de mi corazón, para que nadie impidiese la encendida guerra que contra mí mismo había yo comenzado, hasta que se acabase del modo que sólo Vos sabíais, pues yo mismo lo ignoraba, y no hacía más que enloquecerme con una locura que me era saludable, y padecer las ansias de una muerte que me daba la vida, conociendo solamente lo que en mí había de malo e ignorando lo que de allí a poco había de tener de bueno. Retireme, pues, al huerto, siguiéndome Alipio sin apartarse de mí un paso, porque aunque él estuviese conmigo, no me estorbaba para estar solo. ¿Y cómo había de dejarme, viéndome en aquel estado? Sentámonos lo más lejos que pudimos de la casa y allí bramaba yo, enfurecido e irritado contra mí mismo, reprendiéndome con un enojo inquietísimo el que retardase el ir a abrazarme con Vos, Dios mío, cumpliendo vuestra voluntad y ley, como todos mis sentidos interiores y exteriores, todas mis facultades y potencias me persuadían y clamaban que debía ejecutarlo, elevando hasta el cielo con los mayores elogios esta noble empresa; siendo así que el ir a Vos no había de ser con naves ni carrozas, ni siquiera había que andar tan pocos pasos como los que habíamos dado desde la casa hasta el paraje en que estábamos. Porque no sólo para ir caminando hacia Vos, sino también para llegar a Vos, bastaba solamente el querer ir, siendo un querer perfecto y eficaz, y no una voluntad mudable y achacosa, que de una parte a otra anda variando agitada y sin firmeza, cuyas partes inferior y superior están desavenidas y luchando una con otra. 20. Finalmente, entre las ansias que padecí en aquel tiempo que tardé en resolverme, ejecuté con los miembros de mi cuerpo muchas y variadas acciones, que algunas veces quieren los hombres ejecutarlas y no pueden, o porque les faltan aquellos miembros, o porque los tienen aprisionados, o sin bastantes fuerzas por alguna enfermedad, o por tenerlos de cualquier modo impedidos. De modo, que si en aquel lance me arranqué los cabellos, si me herí la frente, si con las manos cruzadas me apreté las rodillas, fueron acciones que las hice por querer yo hacerlas; y pudo haber sucedido que quisiese ejecutarlas y no las ejecutase, porque los brazos y manos con que las había de ejecutar no me obedeciesen. Hice, pues, entonces muchísimas acciones, no obstante que no era lo mismo el querer, que el poder hacerlas; y no hacía lo que me agradaba mucho más que todo aquello sin comparación alguna, siendo así que luego que hubiera querido, hubiera podido también ejecutarlo, porque era imposible que no quisiese lo que efectivamente quería; y respecto de los actos de la voluntad, lo mismo es el querer que el poder, pues aun el mismo acto de querer ya es hacer y ejecutar; con todo eso no se hacía en aquella ocasión lo mismo que quería mi voluntad. De modo que más fácilmente obedecía el cuerpo a la más leve insinuación del alma, moviéndose todo él luego al punto a su mandato, sin resistencia ni dilación alguna, que ella propia se obedecía a sí misma en cumplir aquella grande e importante voluntad, que solamente con su voluntad misma había de cumplirse y perfeccionarse. |
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