Capítulo 9
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Confesiones |
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CAPÍTULO 9 |
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Cómo en los libros platónicos halló Agustín establecida la divinidad del Verbo eterno, pero no halló cosa alguna de lo perteneciente a su encarnación |
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13. Primeramente queriendo Vos hacerme conocer cuánto resistís a los soberbios, y cuán segura tienen vuestra gracia los humildes, y con cuánta misericordia mostrasteis a los hombres el camino de la humildad, pues se hizo hombre vuestro divino Verbo y habitó entre los hombres, dispusisteis que por medio de un hombre lleno de una soberbia intolerable viniesen a mis manos unos libros de los platónicos, traducidos de la lengua griega a la latina. En estos libros hallé (no con las mismas palabras con que yo lo refiero, pero sí las mismas cosas y sentencias puntualísimamente) apoyado con muchas pruebas y gran multitud de razones, que en el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y Dios era el Verbo: Éste estaba desde el principio con Dios. Que todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él nada se hizo. Lo que se hizo en Él es vida, y la vida era la luz de los hombres, y la luz luce en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron. Que aunque el alma del hombre dé testimonio de la luz, no obstante, ella misma no es la luz, sino que el Verbo de Dios, que es Dios, es la verdadera luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Y que Él estaba en este mundo y el mundo fue hecho por Él, y el mundo no le conoció. Pero que Él vino a los suyos, y los suyos no le recibieron, y que a todos los que creyendo en su nombre le recibieron, les concedió la potestad de hacerse hijos de Dios; esto no lo leí ni encontré en aquellos libros. Leí también allí que Dios Verbo no nació de la carne ni de la sangre, ni por voluntad de varón ni voluntad de la carne, sino que nació de Dios. Pero que el Verbo se hizo carne y que habitó entre nosotros no lo leí allí. 14. Hallé también esparcido por aquellos libros, dicho de varios modos y repetidas veces, que teniendo el Hijo la misma forma del Padre, nada le usurpa en juzgarse igual a Dios, porque naturalmente lo es. Pero que se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo hecho semejante a los hombres, y fue reputado y tenido por hombre que se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz, y que por todo esto Dios le resucitó de entre los muertos, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se arrodillen todas las criaturas en el cielo, en la tierra y en los infiernos, y toda lengua confiese que Nuestro Señor Jesucristo está en la gloria de Dios Padre; esto no se contenía en aquellos libros. También se dice allí que antes de todos los tiempos, y sobre todos los tiempos, es y permanece inconmutablemente vuestro unigénito Hijo, coeterno a Vos, y que de su plenitud reciben las almas lo que las hace bienaventuradas, y también que participando de aquella infinita sabiduría que en sí misma es permanente y eterna, se renuevan ellas y se hacen sabias. Mas que padeció Él muerte temporal por los pecadores, y que no perdonasteis a vuestro Hijo único, sino que le entregasteis a la muerte por todos nosotros, no se refiere allí. Porque estos misterios de la humildad de Jesucristo los escondisteis y ocultasteis a los sabios, y los revelasteis y descubristeis a los pequeñuelos, para que los que padecen trabajos y se ven agobiados con pesadas cargas, vengan a buscar a Jesús, y él los alivie y conforte, porque es manso y humilde de corazón. Así, a los que imitan su blandura y mansedumbre, los guía a la justicia y santidad, y les enseña a seguir los caminos que él anduvo; y viendo con ojos compasivos nuestra humildad, nuestros trabajos y fatigas, nos perdona todos nuestros pecados. Pero aquéllos que, soberbios y engreídos por parecerles que poseen la más sublime doctrina, no atienden al Maestro que les dice: Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas; aunque conocen a Dios, no le glorifican como corresponde a Dios, ni le dan gracias, sino que se desvanecen con sus propios pensamientos y su necio corazón se cubre de tinieblas; por manera que diciendo ellos que son sabios, se hacen conocidamente fatuos. 15. Encontré allí también que la gloria debida solamente a Dios incorruptible estaba trasladada y atribuida a los ídolos y vanos simulacros, hechos a semejanza del hombre corruptible, y de aves, de cuadrúpedos y de serpientes. Esto era puntualmente apetecer aquel manjar de Egipto por el cual dejó y perdió Esaú su mayorazgo, es decir, que aquel pueblo que habíais escogido y privilegiado como a primogénito, teniendo su corazón y voluntad puestos en las cosas de Egipto, honró en lugar de Vos y dio adoración y culto a la cabeza de un animal cuadrúpedo, abatiendo su alma, que es imagen vuestra, delante de la imagen y figura de un becerro que se apacienta de hierba. Este manjar de idolatría hallé en aquellos libros, pero no quise alimentarme de él. Porque Vos, Señor, fuisteis servido de quitar el oprobio de Jacob, haciendo que el hermano que era mayor sirviese al menor; y también llamasteis a los gentiles para que fuesen vuestro pueblo y heredad, como antes los judíos. Y como yo era de los gentiles que Vos habíais llamado y habían venido al conocimiento vuestro, en aquella leyenda no hice más que coger el oro que Vos mandasteis a vuestro pueblo quitar a los de Egipto, porque aquel otro en cualquiera parte que estuviera, siempre era vuestro. Que también dijisteis a los atenienses, por boca de vuestro Apóstol, que en Vos vivimos, nos movemos y existimos, como ya lo habían dicho antes algunos de sus sabios; y los libros de que hablo también eran de allí. Pero al leerlos yo, no hice caso ni puse mi atención en los ídolos de los egipcios, a cuyo culto hacían servir aquellos autores el oro que es tan vuestro, dando a la mentira de un simulacro la adoración debida al Dios verdadero, y adorando y sirviendo a la criatura en lugar del Creador. |
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