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San Agustín

"Confesiones"

Libro 7

Capítulo 1

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Confesiones

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Libro 7

Explica las ansias de su alma, que se fatigaba en la imaginación del mal; cómo llegó también a conocer que ninguna sustancia era mala; y que en los libros de los platónicos halló el conocimiento de la verdad incorpórea y del verbo divino, pero no halló su humildad y anonadamiento
 

CAPÍTULO 1

Cómo Agustín todavía imaginaba a Dios al modo de un ente corpóreo, que estaba difundido por todas partes y llenando unos espacios infinitos

 

1. Ya todo el tiempo de mi adolescencia mala y perversa se había pasado y comenzaba el de la juventud, siendo yo cuanto mayor en la edad, tanto más torpe en la vanidad. Aunque yo no acertaba a imaginar sustancia alguna que no fuese corpórea y semejante a lo que suele percibir la vista, no imaginaba, Dios mío, que tuvieseis figura de cuerpo humano, porque desde que comencé a oír y saber algo de filosofía, siempre había huido de semejante pensamiento; y me alegraba de haber hallado esta misma verdad en la doctrina y creencia de nuestra madre espiritual, vuestra Iglesia católica. Pero no se me ocurría alguna otra idea que poder formar de Vos; al paso que no obstante ser yo hombre, y tan mal hombre, intentaba llegar a conoceros, siendo Vos el altísimo, único y verdadero Dios. Bien creía yo firmemente y con lo más íntimo de mi corazón, que Vos erais incorruptible, inviolable, incapaz de alteración y mudanza, pues sin saber yo de dónde o cómo tenía esta noticia, veía claramente y tenía por muy cierto que todo aquello que puede admitir corrupción no es tan bueno como lo que no puede corromperse, y lo inviolable o incapaz de padecer algún daño lo anteponía sin duda alguna, a lo que es violable o capaz de alteración, y lo que no padece mutación alguna lo tenía por mejor que todo lo que puede padecerla.

Esta creencia hacía que mi corazón clamase con vehemencia contra todos los fantasmas o ideas materiales que yo formaba imaginando vuestro ser; con sólo ese golpe procuraba espantar la multitud de especies inmundas y corpóreas que, revoloteando alrededor de mi entendimiento, le confundían y ofuscaban. Apenas ellas se habían apartado de mí por un instante, cuando más amontonadas que antes volvían a presentarse y arrojándose de tropel sobre la vista de mi alma, me la oscurecían y anublaban de tal modo, que aunque yo no pensase que aquel mismo Ser incorruptible, inviolable, inconmutable, que yo prefería a todo lo corruptible, violable y mudable, tenía forma exterior de cuerpo humano, me veía precisado a pensar que era alguna cosa corpórea, que se extendía por todos los espacios y lugares, ya fuese infundida solamente en todas las cosas que hay dentro del mundo, ya también estuviese difundida por los espacios infinitos que se imaginan fuera del universo, porque todo lo que concebía sin orden ni respecto a algún espacio me parecía la nada sin ser alguno. Pero tan enteramente nada, que aunque no fuese como se imagina el vacuo, que es como si un cuerpo se quitara del lugar que ocupa y quedase el lugar vacío de todo cuerpo, ya terreno, ya acuoso, ya aéreo, ya celestial, sino que quedase el lugar vacío enteramente y desocupado, como un nada con extensión ancho y espacioso.

2. Yo, pues, como tal material y espeso en mis pensamientos, que aun para conocerme a mí mismo no estaba transparente y claro, pensaba que todo lo que no se extendiese por algunos espacios de lugar, o no se ensanchase, o no se juntase, o no se entumeciese, o no recibiese dentro de sí alguna cosa de esta calidad, o no fuese capaz de recibirla, no tenía ser alguno, y absolutamente era nada. Porque mi entendimiento no formaba otras ideas o imágenes interiores, sino semejantes a las formas o especies que recibían mis ojos y demás sentidos corporales; y no advertía ni reflexionaba que la interior potencia y facultad con que yo formaba aquellas mismas imágenes o ideas no era corpórea ni abultada, siendo no obstante alguna cosa grande, pues a no serlo, no podría formarlas.

Así, Dios mío, vida de mi vida, también imaginaba que, siendo Vos grande por infinitos espacios y lugares, llenabais y penetrabais por todas partes la gran máquina del universo. Que también fuera de ella, hacia cualquier parte que se considere, os extendíais por inmensos espacios que no tenían fin ni término alguno, de suerte que la tierra, el cielo y todas las cosas os poseyesen y por dentro y fuera estuviesen llenas y rodeadas de Vos, y dentro de Vos mismo tuviesen su fin y término, pero Vos no le tuvieseis por ninguna parte. Pues así como el cuerpo de este aire que está sobre la tierra no impide que la luz del sol le traspase y le penetre, no rompiéndole o dividiéndole, sino llenándole todo de su claridad, así juzgaba yo que penetrabais todos los cuerpos, no solamente del cielo, del aire, del mar, sino también de la tierra, y que todos ellos, en todas sus partes, grandes y pequeñas, eran respecto de Vos penetrables y como transparentes, para llenarse de vuestra presencia, que con oculta inspiración e influencia secretísima gobernáis todas vuestras criaturas por lo interior y exterior de todas ellas.

De este modo discurría entonces porque no estaba en estado de pensar otra cosa, pero era falso lo que pensaba, porque si aquello fuera cierto, la parte mayor de tierra tendría en sí mayor parte de vuestra sustancia, y la que fuese menor, tendría menor parte de Vos; y de tal suerte llenaríais todas las cosas, que tanto más tuviese  de Vos el cuerpo de un elefante que el de un pajarillo, cuanto el Cuerpo de aquél es mayor y ocupa más lugar que el cuerpo de éste: así estaríais dividido en tantas partes grandes y pequeñas cuantas hay en todo el universo, para comunicar y hacer presente a las grandes otra igual y tan gran parte de Vos, y a las pequeñas otra igual y tan pequeña parte vuestra. Pero no sois Vos así, aunque yo entonces no lo conocía, porque aún no habíais alumbrado las tinieblas de mi ignorancia.

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