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San Agustín

"Confesiones"

Libro 6

Capítulo 10

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Confesiones

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CAPÍTULO 10

De la bondad y desinterés de Alipio, y llegada de Nebridio

 

16. Hallé, pues, en Roma a Alipio, el cual se unió a mí con tan estrecho y fuerte lazo de amistad, que se partió a Milán en mi compañía, ya por no apartarse de mí, ya también por practicar allí algo de lo que había aprendido de jurisprudencia, facultad que seguía él más por voluntad de sus padres que por inclinación suya.

Ya por tres veces había ejercido el oficio de asesor, mostrando tan gran desinterés que admiraba a los demás abogados, cuando él se admiraba mucho más de los que anteponían el oro a la inocencia. También fue probada su buena inclinación con el cebo halagüeño de la codicia y con el duro y fuerte estímulo del temor, pues siendo en Roma asesor de un señor tesorero general del emperador por lo tocante a los tributos de Italia, había al mismo tiempo un senador muy poderoso, que tenía obligados a muchos con sus beneficios, y a otros muchos los tenía sujetos por el temor. Quiso este magistrado, según la costumbre que tenía de usar de su poder absoluto, que le fuese permitido hacer no sé qué cosa que estaba prohibida por las leyes, pero Alipio se le opuso. Le prometieron premios y se burló de la oferta; le hicieron amenazas y él no hizo caso de ellas. Todos se admiraron de un ánimo tan nunca visto y extraordinario, que a un hombre de tanta autoridad y tan celebrado por la fama, que tenía innumerables modos de hacerle bien o mal, no desease tenerle por amigo, o no temiese tenerlo por contrario. Aun el mismo juez, cuyo asesor era Alipio, si bien no quería que se ejecutase lo que pretendía el senador, no se atrevía a negarlo abiertamente, sino que echando toda la culpa a Alipio, decía que no se lo permitía su asesor, porque  a la verdad, si el juez lo hubiera hecho, Alipio se despediría y le hubiera dejado.

Lo que únicamente le tenía ya casi vencido por su afición a las letras era el poder emplear aquel caudal que le ofrecían en hacer que le escribiesen y copiasen varios códices de que forman su biblioteca, pero consultando con la justicia, se determinó a escoger lo mejor, juzgando que le era más útil sujetarse a la equidad que se lo prohibía, que seguir su libertad y el poder que se lo facilitaba. Poco es esto, pero el que es fiel en lo poco, también lo es en lo mucho. Ni puede dejar de ser cierto lo que salió de la boca de vuestro Hijo, que es la misma Verdad, cuando dijo: Si en el uso de la riqueza injusta no procedisteis con fidelidad, ¿quién os confiará las verdaderas riquezas? Y si en lo ajeno no fuisteis fieles, ¿quién os querrá dar lo que es vuestro? Tal era entonces este mi amigo íntimo, y juntamente conmigo vacilaba sobre qué modo de vida habíamos de seguir.

17. Lo mismo le sucedía a Nebridio, el cual dejada su patria, que era cerca de Cartago, y dejada esta ciudad, que era donde él estaba lo más del tiempo, dejada su hacienda, que era considerable, y dejada, finalmente, su casa y su propia madre, que no había de seguirle, no se había venido a Milán por otra causa que por vivir en mi compañía y ocuparse conmigo en el ardentísimo estudio de la verdad y sabiduría. Juntamente con nosotros suspiraba y vacilaba, dedicándose con ardientes deseos a inquirir la vida bienaventurada y a escudriñar acérrimamente las cuestiones más arduas y dificultosas.

Así estábamos todos tres hambrientos y necesitados de enseñanza, y mutuamente nos comunicábamos nuestra pobreza y miseria, esperando de Vos que nos dieseis oportunamente el alimento que necesitaban nuestras almas. En todas las amarguras que vuestra misericordia esparcía sobre todas las acciones de nuestra vida mundana, queriendo nosotros averiguar la razón por qué las padecíamos, no se nos presentaban sino oscuridades y tinieblas, y nosotros para resistirlas no hacíamos sino gemir y exclamar diciendo: ¿Cuánto durará este estado? Eso lo repetíamos muchas veces, pero diciéndolo, no dejábamos nuestro modo de pensar y de proceder, porque no se nos presentaba alguna cosa clara y cierta, que dejadas nuestras confusiones y dudas, pudiésemos seguramente abrazar.

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