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San Agustín

"Confesiones"

Libro 5

Capítulo 3

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Confesiones

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Capítulo 3

De la llegada de Fausto, maniqueo, a Cartago: su carácter y talentos; y de la ceguedad de los filósofos, que no conocieron al Creador por medio de las criaturas

 

3. Quiero hablar en presencia de mi Dios acerca de aquel año, que fue el veintinueve de mi edad. Ya había venido a Cartago cierto obispo de los maniqueos, que se llamaba Fausto, gran lazo del demonio, en que muchos se enredaban y caían engañados con la suavidad de sus palabras. Yo también alababa su elocuencia, pero distinguía entre el modo de decir y la verdad de las cosas que se dicen, la cual buscaba yo y deseaba aprender ansiosamente; y así más atendía a ver qué manjar de ciencia me ofrecía para mi sustento aquel Fausto, tan famoso entre ellos, que no al plato de palabras hermosas en que la proponía. Antes de verle y oírle sabia yo que tenía fama de hombre muy instruido en todas las ciencias, y docto perfectamente en las artes liberales. Y como yo había leído muchas obras de filósofos, y las conservaba en la memoria, comparaba alguna de sus doctrinas y sentencias con las grandes y largas fábulas de los maniqueos, y me parecían mucho más probables las cosas que enseñaron aquellos filósofos, cuyo ingenio y estudio bastó para averiguar muchas cosas de este mundo, aunque no llegaron a conocer al Autor de él, porque siendo Vos tan grande, miráis desde cerca a los humildes y os alejáis de los espíritus que conocéis excelsos y orgullosos. Así no os acercáis sino a los que tienen un corazón contrito, ni permitís que os hallen los sabios, aunque haya llegado a tanto su curiosidad y ciencia, que sepan el número de las estrellas del cielo y de las arenas del mar, o tengan medidas las regiones celestiales y averiguado el curso de los astros.

4. Con el entendimiento e ingenio que Vos les concedisteis investigaron todas estas cosas y hallaron la verdad en muchas de ellas; también llegaron a anunciar los eclipses del Sol y de la Luna muchos años antes que sucediesen, y en qué día y en qué hora habían de suceder, y cuánta parte de ellos se habían de eclipsar. Y les salió tan verdadero su cómputo, que sucedió del mismo modo que lo habían pronosticado. Además de esto inventaron y dejaron reglas seguras que hoy día se leen y sirven, y con ellas se pronostica en qué año, en qué mes del año, en qué día del mes, en qué hora del día y en cuánta parte de su luz se ha de eclipsar la Luna o el Sol, y vendría a suceder infaliblemente como lo han pronosticado.

Los hombres que no saben estas reglas se admiran y se pasman; los que las saben se alegran y se envanecen, y con esta impía soberbia se apartan de Vos y padecen la falta de vuestra luz, y viendo tanto antes el defecto del Sol, que es futuro, no ven su defecto, que está presente, porque no indagan piadosa y cristianamente el origen de donde les ha venido aquel ingenio capaz de hacer estas investigaciones. Dado caso que descubran y hallen que Vos sois quien les ha hecho y creado, no se entregan a Vos para que conservéis lo mismo que habéis hecho, ni sacrifican en honra vuestra lo que ellos han hecho en sí mismos, degollando en lugar de aves sus altanerías, que los elevan hasta las nubes; matando sus vanas curiosidades, que como los peces penetran los senos más ocultos del abismo; y haciendo morir a sus sensualidades y lujurias en lugar de las fieras y animales del campo, para que Vos, Dios mío, que sois un fuego consumidor, abraséis todos estos afectos y cuidados mortíferos, dándoles un nuevo ser y vida inmortal.

5. Pero ellos no dieron con el camino que lleva a este conocimiento, pues no conocieron a vuestro Verbo eterno, por el cual hicisteis las estrellas y demás criaturas que ellos cuentan y numeran, y a los mismos que las cuentan, y a los sentidos con que miran las mismas cosas que cuentan, y al entendimiento con que ajustan esta cuenta, porque no hay cuenta ni número de vuestra infinita sabiduría. Pero ese vuestro Unigénito se hizo Él mismo nuestra sabiduría, nuestra justicia, nuestra santificación y quiso ser contado y entrar en el número de los hombres, y como tal pagó tributo al César.

No atinaron aquellos filósofos con este camino, por el cual bajasen desde sí mismos hasta llegar a Él, y por Él mismo humanado, subiesen a conocerle creador de todo. No conocieron este camino: por eso piensan que son tan sublimes y resplandecientes como las estrellas, y esto los hizo caer precipitadamente en tierra, y su necio corazón se oscureció y quedó sin luz alguna. Ellos dicen de las criaturas muchas cosas verdaderas; pero como no buscan con veneración piadosa la verdad, que es el artífice de las criaturas, por eso no la hallan, conociendo que es el verdadero Dios, no le honran y glorifican como a Dios, ni le dan gracias por sus obras; antes se desvanecen en sus pensamientos y dicen que son sabios. Se atribuyen a sí mismos los que son dones vuestros, al mismo tiempo que con ceguedad perversa os quieren atribuir las que son obras suyas, esto es, apropiando a vuestra naturaleza mentiras y falsedades, siendo Vos la verdad por esencia, y trasladando la gloria y honra debida a un Dios incorruptible a la semejanza e imagen de los hombres corruptibles, y de las aves, de los cuadrúpedos y de las serpientes, de modo que toda vuestra verdad la truecan en mentira, dando a las criaturas la adoración y el culto en lugar de tributárselo al Creador.

6. No obstante, yo conservaba en mi memoria muchas cosas verdaderas que ellos dijeron de las criaturas y la cuenta y razón que ellos enseñaron por los números y orden de los tiempos me salía puntual y conforme a los visibles testimonios de los astros; pero comparando esto con la doctrina de Maniqueo, que sobre éstas escribió muchísimos delirios y extravagancias, no hallaba de ningún modo cómputo ni razón de los solsticios, ni de los equinoccios, ni de los eclipses de Sol y Luna, ni de otras cosas semejantes que yo había aprendido en los libros de la sabiduría de este universo. A pesar de eso se me mandaba que creyese todo aquello, lo cual no venía bien con las otras reglas y razones que tenía yo muy averiguadas por los cálculos y números, y por lo que veía con mis ojos; antes era muy diferente uno de otro.

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