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San Agustín

"Confesiones"

Libro 4

Capítulo 12

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Confesiones

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Capítulo 12

Que no es malo el amar las criaturas, con tal que en ellas amemos a Dios

 

18. Si te agradan los cuerpos, toma de ellos motivo para alabar a Dios, y haz que el amor que les tienes, vuelva y llegue hasta su Creador; no sea que en las cosas que te agradan a ti le desagrades tú a Él.

Si te agradan las almas, ámalas en Dios, porque aun ellas son mudables, y sólo fijas en Él tienen firmeza y estabilidad, y de otra suerte faltarían y perecerían. Ámalas, pues, en Él, y lleva contigo hacia Él cuantas pudieres, y diles: Amemos a este Señor, amemos a Éste, que hizo todas estas criaturas, y no está lejos de ellas. Porque no las hizo, y se fue, antes bien el mismo ser que les dio, le conservan estando ellas en Él.

Ve ahí donde Él está, en el alma a quien gusta la verdad. Está en lo íntimo del corazón; pero nuestro corazón se ha extraviado y alejado de Él. Pues volved a entrar en vuestro corazón, prevaricadores, y uníos estrechamente a vuestro Creador. Permaneced en Él, y seréis permanentes. Descansad en Él, y gozaréis de un verdadero descanso.

¿Adónde vais por esos derrumbaderos escabrosos?, ¿adónde vais a parar? El bien que buscáis y amáis proviene de Él; pero ¿qué bondad hay comparada con la suya? Este bien es suave y dulce, pero justamente se volverá amargo, porque injustamente se aman dejando a Dios las criaturas que dimanan de Él.

¿Para qué insistir todavía en andar por caminos difíciles y penosos? No está el descanso en donde lo buscáis. Buscad lo que deseáis, pero sabed que no está donde lo buscáis. Buscáis la vida bienaventurada en la región de la muerte, y raro está allí, porque ¿cómo es posible que haya vida bienaventurada donde siquiera no hay vida?

19. Bajó acá nosotros el que es nuestra misma vida y tomó sobre sí nuestra muerte, y la mató con la superabundancia de su vida que esencialmente le es propia. A grandes voces clamó diciéndonos que dejando este destierro nos volvamos a Él, acompañándole hasta aquel inaccesible trono, desde donde vino a buscarnos, descendiendo primeramente al seno virginal de María Señora Nuestra, donde se desposó con la naturaleza humana, para que nuestra carne moral pudiese conseguir la inmortalidad; y de allí, como esposo que sale de su tálamo, se esforzó alegremente con ánimo gigante para correr su camino. No se retardó ni detuvo en su carrera, antes la corrió toda, clamando con sus palabras, con sus obras, con su vida, con su muerte, con su bajada al infierno y con su ascensión al cielo, que nos volvamos a Él. Y se apartó de nuestra vista para que volvamos sobre nosotros, entremos en nuestro corazón y le hallemos; pues aunque se fue, siempre está aquí con nosotros. No quiso estar largo tiempo con nosotros descubiertamente, pero no nos ha dejado. Volviose a aquella parte de donde nunca se retiró, pues desde allí creó el mundo, que fue hecho por Él, y en el mundo estaba, cuando vino al mundo a salvar a los pecadores, al cual bendice y confiesa mi alma, y Él la sana de los pecados con que le ha ofendido.

¿Hasta cuándo, hijos de los hombres, habéis de tener el corazón empedernido y pesado? ¿Es posible que aun después de haber dejado la vida a vosotros no queráis ascender y vivir con quien es la vida vuestra? Pero ¿adónde subís, cuando soberbios os levantáis para poner vuestras bocas en el cielo? Bajad para que subáis, y subid tanto que lleguéis a Dios, porque verdaderamente caísteis, subiendo contra Él.

Diles estas cosas, alma mía, para que lloren en este valle de lágrimas, y de este modo los lleves contigo a Dios: díselas movida de su divino Espíritu, ardiendo tú en el fuego de su amor y caridad.

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