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San Agustín

"Confesiones"

Libro 4

Capítulo 8

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Confesiones

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Capítulo 8

Cómo el tiempo y el trato con los amigos le fueron curando su sentimiento

 

13. No se van los tiempos en balde, ni pasan ociosamente por nuestros sentidos, antes bien producen en nuestras almas efectos admirables. Venía y pasaba el tiempo un día tras de otro, y viniendo y pasando días iba yo adquiriendo nuevas especies y diferentes memorias; así, poco a poco volvía a aficionarme a los antiguos placeres, a los que iba cediendo aquel dolor y sentimiento mío. No le sustituían otros nuevos dolores, sino causas y principios de otros dolores nuevos. Porque ¿de dónde provino que con tanta facilidad y tan íntimamente penetrase aquel dolor mi corazón, sino porque yo había derramado mi alma inútilmente en la arena, amando a aquel hombre, que había de morir, como si fuera inmortal?

Lo que principalmente contribuyó a mi alivio y restablecimiento fue el trato y los consuelos de los amigos, que amaban lo que yo amaba en lugar de Vos; y esto era una gran fábula y un tejido de mentiras, con cuyo uso continuado se corrompía nuestra alma complaciéndose en oírlas. Pero aquella fábula no moría para mí, no obstante que muriese alguno de mis amigos.

Otras cosas había que me estrechaban más fuertemente a ellos, como el conversar y reírnos juntos, servirnos unos a otros con buena voluntad, juntarnos a leer libros divertidos, chancearnos y entretenernos juntos, discordar alguna vez en los juicios, pero sin oposición de la voluntad, y como lo suele uno ejecutar consigo mismo,  y con aquella diferencia de dictámenes (que rarísima vez sucedía) hacer más gustosa la conformidad que teníamos en todo lo demás, enseñarnos mutuamente alguna cosa, o aprenderla unos de otros, tener sentimientos de la ausencia de los amigos y alegría en su llegada. Con estas señales y otras semejantes que, naciendo del corazón de los que se aman, se manifiestan por el semblante, por la lengua, por los ojos y por otros mil movimientos agradables, que servían de fomento a nuestro amor, encendíamos nuestros ánimos, y de muchos hacíamos uno solo.

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