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San Agustín

"Confesiones"

Libro 3

Capítulo 11

Biografía de San Agustín en Wikipedia

 
 

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Confesiones

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Capítulo 11

Llanto y sueño de Santa Mónica acerca de la conversión de su hijo Agustín

 

19. Vos, Señor, usando conmigo de vuestra paternal benignidad, desde lo alto del cielo extendisteis vuestra mano poderosa y sacasteis a mi alma de una profundidad tan oscura y tenebrosa como ésta, habiendo mi madre, vuestra sierva fiel, derramado delante de Vos más lágrimas por mí que las otras madres por la muerte corporal de sus hijos. Porque con la fe y espíritu que Vos le habíais dado, veía ella la muerte de mi alma. Mas Vos, Señor, os dignasteis oír sus oraciones; Vos os dignasteis oírla y no despreciasteis sus lágrimas, que copiosamente corrían de sus ojos, hasta regar con ellas la tierra en todos los sitios en que se ponía a hacer oración por mí en presencia de vuestra divina Majestad, que se dignó oírla y atender a su llanto y oración. Porque, ¿de dónde sino de Vos le había de venir aquel sueño que tuvo, con el cual la consolasteis tanto que me permitió vivir en su compañía, comer a su mesa y habitar en su casa, lo que antes no había querido consentir por lo mucho que ella aborrecía y detestaba los errores y blasfemias de mi secta? Un día, pues, estando dormida, soñó que estaba puesta de pie sobre una regla de madera, y que se le acercó un joven gallardo y resplandeciente con rostro alegre y risueño, estando ella muy afligida y traspasada de pena, el cual le preguntó la causa de su aflicción y tristeza, y de tantas lágrimas como derramaba todos los días, no para saberlo de su boca, sino para tomar de aquí ocasión de instruirla y enseñarla, como suele suceder en tales sueños. Ella le respondió que era mi perdición lo que la hacia llorar, y él le mandó entonces y le amonestó (para que viviese más segura en este punto) que reflexionase con atención y viese que donde ella estaba, allí mismo estaba yo también. Luego que oyó esto miró con atención y me vio estar junto a sí en la misma regla. ¿De dónde le vino este consuelo sino de aquella suma bondad con que atendíais a los gemidos de su corazón? ¡Oh!, ¡cuán bueno sois, Dios y Señor mío todopoderoso, que de tal suerte cuidáis de cada uno de nosotros, como si fuera el único de quien cuidáis, y de tal modo cuidáis de todos como de cada uno de por sí!

20. ¿De dónde sino de Vos le vino también aquella respuesta que me dio tan pronta y oportuna, cuando al referirme el sueño que había tenido, y procurando yo interpretarle diciendo: Que antes bien el sueño significaba que ella podía vivir con esperanzas de ser algún día lo que yo era, respondió inmediatamente y sin detenerse en nada: No por cierto, no es así, porque a mí no se me dijo: donde él está, allí también estás tú, sino al contrario: donde tú estás, allí también está él?

Yo os confieso, Señor, que, según lo que me acuerdo y varias veces he contado, más me movió esta respuesta que Vos me disteis por boca de mi piadosa madre, que el sueño mismo que me refirió y con que tan anticipadamente anunciasteis la alegría y gozo que había de tener, aunque de allí a mucho tiempo, para darle desde entonces algún consuelo en la aflicción y solicitud que tenía por mí. Pues ella, bien lejos de turbarse con la falsedad de mi interpretación, aunque verosímil y aparente, se impuso al instante en la verdad, y vio prontamente cuanto había que ver acerca del suceso, y lo que yo verdaderamente no había advertido antes que ella lo dijera.

Aun después de todo esto estuve yo casi por espacio de nueve años revolcándome en lo profundo del cieno, y rodeado de tinieblas de error y falsedad. Y aunque muchas veces procuré levantarme y salir del abismo profundo, con el hincapié y conatos que hacía, me hundía más adentro; y entretanto aquella viuda casta, piadosa, templada, y tal cuales son las que Vos amáis, ya más alegre con la esperanza que le habíais dado, pero no por eso menos solícita en llorar y gemir, no cesaba de importunaros a todas horas con sus oraciones y lágrimas por mi conversión, y aunque eran bien admitidos en vuestra divina presencia sus fervorosos y continuos ruegos, no obstante Vos dejabais que me envolviese y revolviese todavía más en aquella espesa oscuridad de mis errores.

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