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San Agustín

"Confesiones"

Libro 2

Capítulo 9

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Confesiones

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Capítulo 9

De lo perjudicial y contagiosa que es la mala compañía

 

17. ¿Qué venía a ser este desordenado afecto de mi alma? Él sin duda era excesivamente malo y feo, y el daño era para mí, que le tenía en mi alma. Pero al fin, ¿qué era él en sí mismo? ¡Ah! ¿quién hay que conozca bien todos los pecados? Era una grande gana de reír y celebrar entre nosotros con mucha complacencia de nuestro corazón que engañábamos y burlábamos a los dueños de las peras, que estaban muy ajenos de pensar lo que hacíamos, y tenían vehemente repugnancia a que lo hiciéramos. Pues ¿cómo yo tenía mi deleite y gusto en no ejecutarlo solo? ¿Será acaso porque ninguno a solas se ríe con gusto ni facilidad? Es cierto que así sucede comúnmente; mas no obstante eso, la risa suele alguna vez vencer a los hombres, aunque estén solos, cuando les ocurre a la imaginación o los sentidos alguna especie muy digna de reírse. Pero ello es cierto que si yo hubiera estado solo, no hubiera hecho aquel hurto.

Bien sabéis Vos, Dios mío, que esto es puntualmente lo que me dicta mi conciencia y me recuerda mi memoria acerca de aquel hecho. Yo solo no hubiera cometido aquel hurto, en que no me complacía lo que hurtaba, sino el hurtar, lo cual tampoco me hubiera dado gusto hacer a mis solas, y así no lo hubiera hecho.

¡Oh amistad enemiga y perniciosa!, engaño imperceptible del alma, ansia de hacer mal por modo de juego o fiesta y apetito del daño ajeno, sin pretender en ello alguna utilidad y sin deseo alguno de venganza, sino solamente porque algunos digan: Vamos, hagamos, pues da entonces vergüenza el no ser desvergonzado.

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