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San Agustín

"Confesiones"

Libro 2

Capítulo 5

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Confesiones

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Capítulo 5

Que ninguno peca sin algún motivo

 

10. No se puede negar que los cuerpos que tienen algún brillo y hermosura, como el oro, la plata y los demás, son agradables y graciosos a la vista; también respecto del tacto es muy eficaz y poderoso aliciente la proporción y conformidad de una y otra carne; y a los demás sentidos les corresponde también su respectivo modo de tocar sus objetos que a cada uno le es propio y conveniente. Aun las honras temporales, la potestad de mandar y ser superior a otros, tienen su especie de hermosura y atractivo, de donde también nace como de su principio el deseo de la venganza; pero no obstante, para conseguir y gozar cualquiera de estas cosas, no se ha de salir, Señor, fuera de Vos, ni apartarse poco ni mucho de vuestra ley. La vida misma temporal que aquí gozamos tiene sus halagos, dulzuras y atractivos, ya por un cierto modo de hermosura que ella en sí tiene, ya por su correspondencia, conexión y enlace con todas las demás hermosuras inferiores. También es muy dulce y agradable la amistad humana, porque con el nudo del amor hace de muchas almas una sola.

Por conseguir todas estas cosas y otras semejantes peca el hombre, cuando con inmoderada inclinación a ellas, siendo así que son los bienes más bajos e inferiores que hay, deja los mayores y soberanos bienes como son vuestra ley, vuestra verdad y a Vos mismo, que sois nuestro Señor y nuestro Dios. Es cierto que todas estas cosas inferiores tienen y nos comunican algunos deleites, pero no como los de mi Dios, que creó todas las cosas, porque en Él se deleitan eternamente los justos, y Él es todas las delicias de los rectos de corazón.

11. Por eso, cuando se desea averiguar el motivo o causa que pudo haber para cometerse algún delito, no suele darse por averiguado hasta que se descubre que pudo ser el apetito y deseo de conseguir alguno de aquellos bienes que hemos calificado de inferiores y últimos entre todos, o el miedo de perderlos, porque en la realidad son hermosos y agradables, aunque respecto de los otros superiores, eternos y soberanos bienes, sean viles y despreciables.

Sucede, pues, que alguno comete un homicidio. ¿Qué motivo tuvo? Que amaba y quería para sí a la mujer del que mató, o quería alzarse con la hacienda del difunto, o quería robarle algo con que poder vivir, o temió que el otro le hiciese a él alguno de estos daños, o estaba ofendido de él anteriormente y le mató por vengarse. ¿Por ventura aquel hombre hubiera hecho el homicidio sin alguna causa y deleitándose solamente en el homicidio mismo? ¿Quién lo había de creer?

Aun en aquel malvado y cruel hombre (Catilina) de quien se dijo que era más malo y cruel cuando lo era de balde y sin motivo, se señaló antes la causa de esto, diciendo: que lo hacía para que no se le entorpeciese con la ociosidad la mano o el corazón. Pero esto mismo, ¿para qué o por qué lo procuraba? Para que, ejercitándose en aquellas crueldades, se pudiese apoderar de la ciudad de Roma y llegar a conseguir entonces sus honras, sus ejércitos y sus tesoros; y finalmente librarse del miedo y sujeción de las leyes y de los trabajos y molestias que padecía por la pobreza y escasez en que se hallaba, y por el conocimiento que tenía de sus maldades. Conque aun el mismo Catilina no amaba sus atrocidades por sí mismas, amaba otras cosas, y para conseguir éstas ejecutaba aquéllas.

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