Capítulo 2
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Biografía de San Agustín en Wikipedia | |
Música: C. Wesley - Pastorale |
Confesiones |
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Capítulo 2 |
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Cómo a los dieciséis años se entregó a amores impuros |
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2. ¿Y qué era lo que me deleitaba sino amar y ser amado? Pero en esto no guardaba yo el modo que debe haber en amarse las alas mutuamente, que son los limites claros y lustrosos a que se ha de ceñir la verdadera amistad, sino que levantándose nieblas y vapores del cenagal de mi concupiscencia y pubertad, anublaban y oscurecían mi corazón y espíritu de tal modo, que no discernía entre clara serenidad del amor casto y la inquietud tenebrosa del amor impuro. Uno y otro hervían confusamente en mi corazón, y entrambos arrebataban mi flaca edad, llevándola por unos precipicios de deseos desordenados, y me sumergían en un piélago de maldades. Vos, Señor, estabais muy irritado contra mí, y yo no lo advertía ni reflexionaba. En pena del orgullo y soberbia de mi alma, me había puesto sordo con el ruido de la cadena de mi mortalidad, que llevaba siempre arrastrando; me iba alejando de Vos, y Vos me dejabais ir; estaba abatido, derramado, perdido, hirviendo en torpezas, y Vos callabais, Dios mío. ¡Oh!, ¡qué tarde llegasteis a ser todo mi gozo! Callabais Vos entonces, y yo con soberbio abatimiento y con inquieto cansancio apartándome de Vos, iba prosiguiendo en buscar más y más gozos estériles, que eran como semillas que no me habían de producir otros frutos que penas, sentimientos y dolores. 3. ¡Ojalá hubiera habido quien arreglase aquella mi pasión que me era molesta!, ¡ojalá me hubieran reducido a un estado en que pudiese usar bien de las hermosuras de estas cosas terrenas y transitorias, haciéndome contener dentro de los justos límites que habéis señalado para el uso de las criaturas y de sus deleites! Para que así las olas impetuosas de mi juventud, si es que no podían tranquilizarse enteramente, a lo menos se detuviesen en la orilla y playa del matrimonio, usando solamente de él para la procreación, como prescribe y manda vuestra ley, Dios mío y mi Señor, que habéis dado también la forma y regla a la propagación de nuestra carne mortal, como quien puede hacer tratables las espinas y abrojos, que no se habían de padecer ni sentir en vuestro paraíso terreno. Porque vuestra benigna y favorable omnipotencia no nos desampara, ni se aleja de nosotros, aun cuando nosotros nos alejamos de Vos. Ojalá que por lo menos hubiera puesto más cuidado en oír y atender al ruido de vuestras nubes, que es la voz de vuestros Apóstoles, entre los cuales San Pablo, hablando de los casados, dice: No dejarán de tener tribulaciones en su carne, pero yo os perdono. Y a los otros dice: Al hombre le sería mejor no llegar a la mujer. Y después añade: El que está sin mujer, piensa en las cosas de Dios, y en cómo ha de agradarle; pero el que está casado piensa en las cosas del mundo, y en cómo ha de agradar a su mujer. Estas voces había de haber escuchado atentamente, y por el reino de los cielos hubiera separado de mí todos esos deleites, y esperaría con mayor felicidad y paz gozar de vuestros abrazos. 4. Pero yo, infeliz de mí, me acaloré y fatigué siguiendo el ímpetu de mis pasiones, apartándome de Vos, y traspasando todos los límites justos que vuestra ley me había puesto y señalado. Es verdad que no me libré de vuestros castigos; mas ¿quién de los mortales podrá librarse de ellos? Porque Vos siempre estabais junto a mí castigándome misericordiosamente, y rociando de amarguísimos sinsabores todos mis placeres ilícitos, para que así buscase deleites cumplidos y sin mezcla de amarguras y disgustos. Mas no hubiera encontrado cosa alguna en que poder deleitarme de ese modo, fuera de Vos, Señor, fuera de Vos, cuya ley es tan suave, que fingís y aparentáis aspereza y penalidad en vuestros preceptos, y que si nos herís, es para sanarnos; y si nos hacéis morir a nosotros mismos, es para que no muramos eternamente a Vos. ¡Dónde estaba yo, y cuán lejos de las delicias de vuestra casa andaba desterrado en el año decimosexto de mi edad! Entonces fue —45→ cuando tomó dominio sobre mí la concupiscencia, y yo me rendí a ella enteramente, lo cual, aunque no se tiene por deshonra entre los hombres, es ilícito y prohibido por vuestras leyes. No cuidaron mis padres de evitar con el matrimonio mis caídas; y solamente cuidaron de que aprendiese a hablar bien y a saber formar una oración retórica y persuasiva. |
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