Capítulo 18
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Confesiones |
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CAPITULO 18 |
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Que los hombres ponen cuidado en guardar las leyes y preceptos de los gramáticos, y no lo ponen en observar los mandamientos de Dios |
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28. Pero ¿qué hay que admirar que me dejase llevar tanto de las vanidades y anduviese tan apartado de Vos, Dios mío, en un tiempo en que se me proponían para mis modelos unos hombres que se llenaban de confusión y vergüenza si les enmendaban algún solecismo o barbarismo que hubiesen cometido al tiempo de referir algunas acciones propias suyas, que no eran defectuosas, y por el contrario, se gloriaban de verse aplaudidos cuando referían sus deshonestidades y torpezas con voces propias, expresivas, y con retórico adorno y elegancia? Vos, Señor, veis estos desórdenes y calláis como paciente, misericordioso y fiel en vuestras promesas; mas ¿por ventura habéis de callar siempre? También ahora os dignáis sacar de este profundo abismo a un alma que os busca sedienta de vuestros deleites, y os dice de corazón:Yo he buscado, Señor, y siempre he de buscar la luz de vuestro rostro; pues muy lejos están de ver los que siguen la ciega oscuridad de sus pasiones. Porque el apartarse de Vos, o el volver a Vos, no se hace con pasos del cuerpo, ni consiste en distancia de lugares. ¿Acaso aquel vuestro hijo menor, de quien habla el Evangelio, tomó algún caballo, coche o nave, o voló con alas materiales y visibles, o echó a andar y se valió de sus pies para apartarse de Vos y llegar a aquella región remota y extraña, donde viviendo pródigamente desperdició y malgastó cuanto le disteis al tiempo de su partida? Dulce y amoroso padre fuisteis cuando le disteis todos aquellos bienes, pero más dulce, benigno y amoroso cuando volvió a Vos tan pobre y necesitado. Conque el estar un hombre apartado de la luz de vuestro rostro es estar sumergido en las espesas tinieblas de sus vicios. 29. Mirad, Dios y señor mío, y miradlo con la paciencia que acostumbráis, cómo observan los hijos de los hombres con mucho cuidado las reglas que han dejado establecidas los maestros antiguos para el uso y pronunciación de las letras y de las sílabas, haciendo tan poco aprecio de las eternas leyes que Vos les habéis dado en orden a su salvación. De suerte que si alguno de los que hacen profesión de saber, o enseñar aquellas reglas en que convinieron los antiguos maestros, pronunciase o escribiese sin aspiración la primera sílaba de esta palabra ombre, desagradaría a los hombres mucho más, que si contra vuestras leyes aborreciese a un semejante suyo. Como si a un hombre pudiera otro enemigo hacerle mayor daño que él se hace a sí mismo con aquel odio con que se irrita contra su prójimo; o como si un hombre persiguiendo a otro pudiera hacer con él mayor estrago que el que causa en su propio corazón. Y a fe que no es tan íntima a su alma la ciencia de las letras como es la conciencia propia suya, donde está escrito que en este odio y aborrecimiento ejecuta él con otro lo que no quisiera que ejecutaran con él mismo. ¡Qué ocultos son vuestros juicios, Dios mío! Sólo Vos sois grande y habitáis en lo alto de los cielos silenciosamente, y por inmutables decretos de vuestra justicia esparcís por el mundo las ceguedades, que sirven de castigo y pena a los deseos desordenados de los hombres. ¡Qué mayor ceguedad que la de un hombre que, deseoso de adquirir fama de elocuente, acusa a otro hombre enemigo suyo, y persiguiéndole con odio crudelísimo, alega contra él en presencia de un juez, que es hombre también como ellos, y a vista de un concurso numeroso de hombres! Éste, pues, tiene grandísimo cuidado de que por ignorancia de la lengua no se le escape algún solecismo, como si en latín dijera inter hominibus, y en castellano entre de los hombres; y no se le da cuidado, ni se guarda de aquel odio, con que tira a quitar aquel hombre de entre los hombres. |
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