En el silencio de aquella galería de hospital
se oyó el roce apagado de las sandalias de la
monja, sobre las húmertas baldosas del corredor.
La silueta de Sor María de los Ángeles pasó
como un espectro en medio de la penumbra silenciosa.
El rumor de sus pasos apagóse de
pronto, y su imagen, místicamete bella entre
los velos del hábito, se destacó en el fondo de la
galería, a la puerta del saloncito de la izquierda,
vagamente iiuminado por una lámpara que ardía
sobre la mesa de luz.
— ¿L'amaba, señor? dijo al enfermo que yacía
en el lecho; y él, incorporándose esforzadamente,
apoyados los codos en la almohada, dejó ver
su rostro demacrado y pulido, donde aún quedaba
un resto de juventud.
Al oir aquella voz que le hablaba, había levantado anhelosamente la cabeza, intentando responder;
pero sus palabras se ahogaron en un ronco y desesperante acceso de tos...
Era un náufrago de la vida. No había tenido en sus tristezas ni una sonrisa, ni un halago; cuando había soñado en la tibieza del hogar se
habla encontrado en la fiebre desesperante de la orgía o en la helada desolación de su tugurio; su vida era la curva de una existencia anónima y extraña, que empezaba en el torno de la Casa de Expósitos e iba a concluir sobre e¡ frío lecho de un hospital.
La monja se acercó hasta la cama de hierro en que el enfermo se agitaba, y al inclinarse con solicita actitud, como para sostener su cuerpo exangüe que se desvanecía, crujiéronlas cuentas de azabache de su largo rosario. Entonces la mano enflaquecida del enfermo se agitó en el vacío, como si buscara un apoyo; la cabeza tambaleó sobre sus hombros descarnados, volviéndose hacia
atrás; sus mandíbulas afiladas se agitaron en una brusca contracción, y sobre sus labios mustios y descoloridos como dos violetas marchitas, se apagó el balbuceo de la última palabra ..
— ¿Quiere usted que llame al doctor?—agregó nerviosamente la hermana, sosteniéndole en sus brazos y dejando caer sobre sus ojos apagados el rayo de su mirada consoladora.—Pero sus labios ya no respondieron sus pupilas se agitaron en la órbita de sus párpados desmesuradamente abiertos, y su mirada, vacilante primero, quedó al fin clavada fijamente allí arriba, muy arriba! Y ella recordó la amarga historia en que había palpitado aquel corazón enfermo y solitario desde la cuna; la frialdad de aquella existencia que había buscado, sin encontrarlo, un poco de
amor en que calentar su espíritu aterido; de aquella frente que no había conocido ni el beso de la madre ni el beso de los hijos.... Entonces, volvió la mirada en torno suyo, como recelosa de la soledad que les rodeaba, y, en un rapto de virtud evangélica, unió en un beso inefable sus labios con los labios marchitos del moribundo, como para volverlos a la vida; ...pero él, en el calofrio de aquel beso, sólo vio como una vaga y extraña visión de la agonía, las blancas alas delatoras que se agitaban sobre su frente, como las alas de un ave....
Y creyó que era un amor que llegaba para su corazón solitario; .. pero llegaba demasiado tarde,
porque su corazón se apagaba para siempre!
(Publicado en "Caras y Caretas" Buenos Aires, Febrero de 1901) |